Hace un par de meses a través de una de mis alumnas de segundo curso del Ciclo de Técnico Superior de Educación Infantil, me llegó un artículo que me llamó mucho la atención: La importancia del llanto de los bebés. Era un artículo de la página www.obstare.com y curiosamente días antes había estado buscando libros de crianza respetuosa en su web.
Leí este artículo y aunque algunas cosas no terminaron de encajarme en un primer momento, fue de esas lecturas que después de un tiempo de reflexión te animan a releer resultando que había allí algunos mensajes bastante interesantes que a simple vista podían parecer descabellados. Hoy quiero compartirlo con vosotras (personas que leéis mi blog), con esa advertencia de que quizá en una primera lectura no lo veáis muy claro, por si os puede dar alguna pista en la crianza o la educación de vuestros hijos e hijas o de los niños y niñas con los que trabajáis.
El autor del texto, Ángel Álvarez, comienza contando algún episodio de llanto de su bebé de seis meses y explica lo complicado que es soportarlo con la incertidumbre de no saber qué está pasando, se refiere a los llamados cólicos del lactante, esos que suelen ocurrir antes de la hora de dormir y pueden hacer que el bebé esté llorando una hora seguida o más sin consuelo. Explica cómo nos ponemos nerviosos y sentimos ansiedad llegando a veces a enfadarnos. Tras hablarnos del típico planteamiento conductista, ya sabéis aquello de dejarles llorar a su suerte, recuerda lo peligroso que puede ser esta práctica para la salud emocional del bebé. Desde su punto de vista, jamás debería dejarse llorando solo a un bebé. Hasta aquí no os cuento nada nuevo.
En este punto es interesante plantear que este señor es terapeuta y describe como bebés que fueron víctimas de estos planteamientos conductistas, desarrollan en la vida adulta ansiedad, confusión, miedos irracionales que los acompañan toda la vida y describe como algunas personas en terapia le describen que sentían que llevaban siempre consigo una inexplicable sensación de soledad y desconfianza que les ha impedido tener relaciones emocionales profundas. Esto tampoco es nuevo, de esto ya hemos hablado en otras ocasiones, en otros post.
Supongo que muchas ya sabéis que el llanto cumple una función de supervivencia de la especie, es un sonido muy desagradable para el oído humano, por eso nos genera tanta ansiedad, su función para el bebé es asegurarse de que alguien le atienda y cubra sus necesidades. Si en algún momento en la época de las cavernas, hubo un bebé que no lloraba para pedir ayuda o una madre que no atendía a su bebé cuando este lo hacía, lo más probable es que ese bebé no sobreviviera, de esa manera los bebés que han ido sobreviviendo llegando hasta nuestros días son aquellos que sí que lloran para solicitar lo que necesitan, sea alimento, afecto, etc.
Dos tipos de llanto en el bebé
El autor plantea que los adultos no toleramos bien el llanto o al menos lo toleramos peor que otras formas de expresión del bebé y además se tolera menos si proviene de un niño o un hombre, en definitiva se permite llorar más a las mujeres. Para él, hay dos tipos de llanto, aquel que está motivado por un suceso presente y el que está motivado por un hecho pasado. A partir de aquí es donde para mí empieza lo interesante y lo novedoso. Sobre el segundo tipo se ha estudiado menos y por eso está menos documentado. Parece ser que los seres humanos poseemos sofisticados mecanismos de supervivencia que nos permiten aparcar las experiencias traumáticas para procesarlas con posterioridad. Esto desde la psicología del duelo está bastante documentado. Por poner un ejemplo gráfico, cuando fallece una persona muy importante para nosotros, la forma que tenemos a veces de asimilar dicha pérdida es ir haciéndolo poco a poco, nuestro cerebro se encarga de generar de alguna manera la ilusión de que no ha ocurrido manteniéndonos ocupados en otras cosas, atendiendo a otras cuestiones que también están ahí para no saturar nuestro sistema emocional con un sufrimiento que no podemos asumir en ese momento. Os habrá pasado o habréis escuchado decir ante una pérdida importante: «estoy como que no ha pasado nada», «no puedo creerlo», etc.
Para explicar esto recojo palabras textuales: «Cuando, por ejemplo, un bebé no obtiene suficiente contacto físico, durante el día y la noche, no puede evitar sufrir. Cuando esta situación se repite una y otra vez, el sufrimiento acumulado puede llegar a ser insoportable, y los bebés tienen la capacidad para desconectarse temporalmente de su necesidad. Los bebés nacen también con los mecanismos necesarios para procesar el estrés provocado por estas experiencias traumáticas«.
Es verdad que la amígdala, un órgano que forma parte de nuestro cerebro, está ahí funcionando desde el inicio, gestionando nuestras emociones y el estrés, incluso antes del nacimiento y que las experiencias vividas desde el primer momento van a determinar en buena medida nuestra respuesta a situaciones sociales donde lo emocional cobra especial relevancia después en nuestra vida adulta. Sobre esto hay mucha evidencia científica, si alguna leísteis el best-seller Inteligencia emocional de Goleman, lo sabéis, tampoco hace falta ser un estudioso en la materia.
El autor dice que el mecanismo de defensa más importante que poseemos es el llanto porque desempeña un papel central en la resolución del trauma y la restauración del equilibrio interno del organismo. Si habéis tenido oportunidad de experimentarlo, ojalá que sí, una buena llorera te agota pero también te relaja, te genera una sensación de alivio inexplicable muchas veces. Yo siempre digo que es tan saludable reír como llorar, el llanto es un mecanismo fisiológico necesario y fundamental. Pero como dice Ángel Álvarez, en nuestra sociedad se reprime sistemáticamente, con lo cual «nos quedamos con muy pocas oportunidades de descargar las experiencias estresantes«. Ahora viene lo más interesante, él dice que «por esta razón, muchos llantos causados (o activados) por un suceso presente conectan con alguna experiencia pasada. Es decir, casi siempre que lloramos por algo presente, conectamos y damos salida a sensaciones de otras experiencias atrasadas que no hemos llorado lo suficiente«. Llegando al punto de afirmar que hay situaciones en que el suceso presente no es más que una disculpa para llorar un hecho del pasado.
Ya os comenté que al leer el artículo hubo algunos aspectos que no me encajaron mucho, me parecieron exagerados, pero el caso es que después pensando y tratando de justificar teóricamente algunos de los argumentos que se daban en el artículo empezó a dejar de ser descabellado para ser bastante razonable.
El llanto como forma de descarga del estrés
La mayoría de las personas que me leéis habitualmente sois partidarias de atender a las demandas de niños y niñas, me consta, tratamos de responder a sus necesidades con el mayor afecto posible y ser comprensivos incluso en momentos de máxima tensión, nos esforzamos porque se sientan acompañados y acompañadas, porque creemos firmemente que eso les hará más fuertes emocionalmente, generarán un vínculo de apego más seguro y eso se convertirá en un pasaporte para una vida social y emocional mucho más beneficiosa. Pues resulta que la mayoría de nosotras cometemos un error de base según Ángel Álvarez y según otros autores, luego os cuento, asumimos que si logramos calmar el llanto del bebé se sentirá mejor, en otras palabras, si deja de llorar es que ya está bien. Decimos con nuestra voz más dulce: «¿qué te pasa? No llores», «no llores, ya estoy aquí», «venga que no ha sido nada, no llores». Una y otra vez, «no llores» y también a las personas adultas, las abrazamos y les pedimos que no lloren como si con evitar el llanto se evitara la pena cuando eso no ocurre ni en adultos ni en bebés, sobre todo si ese llanto presente se corresponde a una necesidad pasada.
Argumentos como este último son los que no terminé de digerir la primera vez que leí el artículo pero dándoles una vuelta son bastante razonables, seguro que más de una ha empezado a llorar por una tontería y ha terminado llorando por algo realmente importante, al menos a mí me ha pasado, yo soy especialista en llorar, he tenido todo tipo de experiencias igual por eso es más fácil para mí ponerme en situación. Pero si nos paramos a pensar, es más fácil que se llore con una película cuando a una le han ocurrido sucesos tristes en los últimos meses, aunque esto no es ciencia y algún lector por ahí que se dedica a analizar la lógica de mis publicaciones me podría criticar, aquí con razón, por las conclusiones, permitidme que me deje llevar, no es fácil encontrar ejemplos realmente gráficos. Vuelvo a la película, si es más fácil llorar cuando estoy triste por otros motivos o cuando hay penas no resueltas, no es tan descabellado el argumento del autor del artículo cuando dice que es importante que dejemos afluir el llanto porque puede estar motivado por causas no presentes y además «cumple una función primordial en la descarga del estrés físico-emocional acumulado«.
Después el autor lo lleva a situaciones en las que me consta que algunas lectoras no entenderán pero que para mí llegados a este punto están más que justificadas. Bebés que necesitan llorar un parto traumático, una separación de la madre al nacer, etc. Si yo necesito llorar un suceso traumático de hace dos o tres meses, ¿por qué no va a necesitar llorar un bebé de un mes un hecho traumático para él de hace tres o cuatro semanas? Os he puesto un ejemplo sencillo (tres o cuatro semanas) para que se vea que el argumento no es tan extraño pero que conste que las penas se pueden acumular durante mucho tiempo, años incluso y el hecho de que no tengamos capacidad para recordarlo todo con detalles o no tengamos capacidad lingüística para explicarlo no tiene por qué significar que en los bebés no sea posible. Resulta que cuanto más pequeño es el bebé, más traumáticas son las experiencias y cuantos menos recursos de expresión y comprensión se tengan más estrés se genera. En sus términos, «un bebé que haya sufrido un parto difícil necesitará descargar el estrés de esa experiencia durante meses«.
Si una forma eficaz de descargar el estrés es a través del llanto y las madres y los padres, calmamos y distraemos los llantos de nuestros bebés siempre que tenemos ocasión, podemos estar generando un bloqueo de la descarga del estrés. Como la mayoría hemos crecido en esta cultura de reprimir el llanto, seguimos haciéndolo de mayores, llorar no está bien visto o estando bien visto consideramos que hemos ayudado a un amigo o amiga triste que lloraba cuando deja de llorar y muestra una sonrisa o se muestra más sosegada. Con este nuevo planteamiento, no sería así. Podríamos haberle ayudado mucho más dejando que llorara mientras la acompañamos para que no lo haga sola.
Llorar es tan sano como reír
Insisto en una idea que ya dije antes, hay que llorar más, tan sano es reír como llorar. Con argumentos como estos, podrían justificarse los cólicos del lactante, la verdad es que cuando las mujeres en confianza describimos nuestros partos, la mayoría son terribles, incluso pensando en un primer momento que todo fue estupendo, cuando te pones a profundizar, ves que no fueron nada respetuosos, que se emplearon técnicas innecesarias o incluso prohibidas en muchos entornos sanitarios. A estas alturas he escuchado todo tipo de humillaciones y vejaciones ocurridos en las salas de parto. A partir de ahí, ¿por qué no podría ser que nuestros bebés desahoguen unos hechos no comprendidos y una angustia transmitida de madre a hijo antes de nacer o en los primeros momentos de vida? Y a esto podemos ir sumando muchas de las situaciones traumáticas que viven los bebés por la inercia de nuestra sociedad moderna, de algunas hablamos en Los bebés no están terminados al nacer, publicación que siempre recomiendo a las mamás embarazadas para tratar de evitar algunas de ellas. Hasta ahora lo he dado por supuesto, pero por si acaso, cuando hablo de dejar llorar al bebé, hablamos de esas situaciones en las que ya hemos comprobado todo lo que se nos ocurra que le puede estar pasando al bebé, hambre, calor, frío, sueño, etc. Y hemos hecho todo lo posible por satisfacer sus necesidades.
Esto ya lo había dicho Carlos González
Otro de los motivos por los que el artículo, una vez digerido, terminó pareciéndome tan interesante fue porque recordé algo que me llamó mucho la atención en una conferencia de Carlos González. El pediatra había hablado como siempre de estilos de apego y nos puso algunos vídeos, unos los encontré después, otro no. Uno de los que no encontré mostraba un experimento que se llama «la situación extraña» que consiste es que una madre deja a su bebé por un momento y se ausenta mientras todo es grabado para ver las reacciones del niño o la niña antes y después cuando la madre regresa. Se mostraban situaciones de apego seguro o inseguro y curiosamente, uno de los casos de apego inseguro mostraba a una madre que cuando volvía abrazaba a su hijo diciéndole que no llorara, que ya estaba aquí, que no era para tanto… de alguna manera aunque lo abrazaba y aparentemente estaba prestándole atención, por otro lado le estaba riñendo por sentirse así, así lo interpreté yo para comprender que ese tipo de conductas pudiera generar un estilo de apego inseguro, tal como explicaba Carlos González. Al pensar en el artículo sobre el llanto de los bebés, recordé este vídeo. La clave para generar un estilo de apego seguro no consiste solamente en estar ahí incondicionalmente, es importante tener en cuenta qué tipo de mensajes transmitimos y por supuesto, en qué tono emocional.
Desde entonces, trato de no decirle a Pequeñita «no llores», aunque en ocasiones sale, es muy difícil controlar algo que has escuchado una y otra vez a lo largo de tu vida. Sencillamente la abrazo fuerte y le pregunto qué le pasa o le digo que entiendo que esté así y dejo que se calme sola mientras la sostengo con firmeza, quiero que sepa que estoy con ella, que no está sola, que puede llorar conmigo… Es habitual que cuando alguien llora porque le ha pasado algo terrible, nos pida disculpas por llorar, nuestra reacción suele ser decirle que no se preocupe, que es normal que le haya pasado, pero de alguna manera esperamos que se calme y la persona que llora sabe que tiene que tratar de controlar aquello por eso las disculpas. ¿No os parece que es un error? Yo creo que es algo que podemos mejorar en nuestros hijos e hijas para tratar de que la sociedad pueda cambiar y nos abracen fuertemente cuando necesitemos llorar para que podamos desahogar nuestra experiencia traumática y que no se acumule, ¿cómo lo veis?
Os adjunto un vídeo donde se muestra el experimento de la situación extraña, no es el vídeo del que os hablaba pero este también lo usó Carlos González aquel día (pasado el primer minuto).
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Es tan complicado controlar todas las variables que influyen en los estados de ánimo de los niños y las niñas… TenGo pendiente leer este libro, me lo recomendaron tras escribir el post, está en mi lista, ahora solo me falta encontrar tiempo. Yo intento al menos evitar los «no llores» porque llorar es sanísimo y necesario. Muchas gracias por la recomendación. Un abrazo.
Hay un libro, «Mi bebé lo entiende todo», en el que se expone este tema de acompañar el llanto liberador sin intentos de calmarlo (ni teta, ni acunamiento, siquiera, sólo un abrazo). Creo recordar que Carlos González se refería a la autora, Aletha Solter, como el mismo perro con distinto collar, es decir, que no la apoyaba. A mí me parece un tema controvertido del que seguimos sin saber nada. Mi hijo nació en casa, tuvo días enteros de piel con piel, etcétera, y siempre ha llorado muchísimo. Las dos veces que he intentado no reprimirle el llanto, esperando eso que relata Solter de que acaban echándolo todo y calmándose, ha sido en vano. Él lloraba incluso más, enfadado, y yo me sentía miserable. A día de hoy, sigo sin entender su intensidad, pero la acepto y la respeto. Aprendemos juntos cada día.
Gracias a ti por estar siempre ahí y por comprenderme. Un abrazo fuerte.
Gracias David, es muy agradable recibir vuestros comentarios, me animan a seguir compartiendo y a dedicar tiempo a este proyecto que me trae tantas cosas buenas. Para nosotros también es un placer encontraros, me hace mucha ilusión sentir que no estamos solos en nuestra crianza también en el pueblo. Cuantos más seamos más fácil será que nos respeten y que otras personas se animen a seguir sus instintos y su corazón. Un abrazo fuerte.
Hola Soraya.
Otro artículo super interesante.
Nunca me habría planteado dejar llorar a mi hija, es más, mi tendencia es ir a consolarla y tratar que deje de llorar. Pero una vez más tus explicaciones me resultan convincentes y muy lógicas, por lo tanto, «me las quedo» y trataremos de aplicarlas.
Muchas gracias por tus artículos, que nos orientan en un camino lleno de consejos absurdos marcados por las inercias de los años.
No nos vimos estas fiestas, y fue un pena, estoy segurísimo de que, tanto mi mujer como yo, habríamos disfrutado y aprendido mucho en vuestra compañía.
Besos.
Estoy de acuerdo contigo tras leer despacio los argumentos.
Lloramos no solo por algo presente sino que algo de ahora suele desencadenar el llanto y al final sacamos cosas que teníamos pendientes de llorar.
Yo no soy muy llorona por desgracia y tras el parto que estaba más sensible experimenté más esto que digo.
Por tanto por qué no les va a pasar lo mismo a los niños?
Creo que nos cuesta ver que pueden sentir igual que nosotros y que entienden mucho más de lo que pueden expresar.
Como tantas otras cosas a nivel emocional, llorar está mal visto,es de débiles y es más importante educar en el éxito que una educación emocional y en valores.
Otra cosita que podemos mejorar con nuestros hijos.Gracias por la reflexión Soraya.