Últimamente no encuentro tiempo para escribir en el blog y me da rabia porque tengo muchas cosas que contaros. Y así se me van agolpando las ideas, las notas sobre nuevos post, los enlaces interesantes… Ya os he comentado que de haber estudiado en nuestro actual sistema educativo pienso que me habrían diagnosticado hiperactividad. Es cierto que nunca me fueron mal los estudios, pero era de esas niñas que no paran de hablar en clase, de distraer a las y los compañeros y en términos docentes, molestar. A pesar de los notables (nunca fui de sobresalientes, ya por entonces hacía mil cosas y no me daba la vida para tanto) en mi boletín de notas siempre había un comentario sobre mi mal comportamiento.
Afortunadamente, en nuestra época todavía se jugaba en la calle, todavía se hacían gamberradas sin que tu familia temiera que te convirtieras en una delincuente común y te encerraran o te mandaran a hacer terapia. En mi época, en mi pueblo no se llevaba eso de ir al psicólogo. Y a pesar de que ya había orientadores haciendo análisis como el que me hicieron a mí en el instituto: «¿Psicología? ¿Por qué? No encaja nada con tu perfil». Pero, por favor, ¡si sabía que quería estudiar eso desde los doce años! ¿Quién eran aquellas personas para decirme que no debía estudiar eso?
A pesar de aquello, no se estilaba tanto esto de las etiquetas, seguramente porque entonces sabíamos menos de todo. Ahora la información fluye, cualquiera puede sentirse «experto» en algo, si dedica horas a revisar páginas web o libros online. También hay más profesionales especializados en cuestiones educativas y relacionadas con la psicología infantil. Recordad que en nuestra época el índice de analfabetismo en España mostraba cifras lamentables. Todo estaba en pañales y tenía una parte buena y una mala, como siempre. Por un lado, si realmente tenías una dificultad, no había tantos recursos como ahora para ayudarte. Pero ahora nos encontramos con muchos profesionales que se han especializado tanto que buscan pacientes donde no los hay. Psiquiatras expertos en TDA, psicólogos especializados en TEA, educadores formados hasta las cejas en trastornos educativos que necesitan ver aquello que han estudiado…
A estas alturas de la película con el debate encarnizado que se puede encontrar en todos los medios, sobre si el TDA existe o no, sobre si es necesario que se haya creado un Prozac infantil que puede administrarse a niños de tres años, si las empresas farmacéuticas son responsables de un exceso de diagnósticos de toda índole a niños y niñas y un largo etcétera de temas relacionados con el desarrollo infantil y sus trastornos, me planteo algunas opciones que expliquen todo esto y ninguna me tranquiliza.
Razones por las que aumentan los diagnósticos de trastornos en la infancia
Seguro que hay muchos más pero no soy capaz de encontrarlas, reconozco que estos temas me afectan mucho y puede ser que no esté entendiendo la esencia de la cuestión.
1. Intereses por parte de los profesionales (terapeutas y farmacéuticas) implicados.
Esta es la opción de la conspiración, de que hay unos entes con mucho poder que determinan cómo es la sociedad en la que vivimos.
2. Aumento de trastornos infantiles por culpa del estilo de vida en la sociedad actual.
Ya está en la calle la información relativa a las situaciones de estrés que sufren niños y niñas por la carga de tareas escolares y la exigencia a las que están sometidos debido a las largas jornadas que sufren para que sus familias puedan conciliar, los deberes excesivos en muchos centros educativos, el hecho de no tener tiempo libre y de ocio, etc.
3. Siempre estuvieron allí pero antes no teníamos medios para detectarlos.
Está claro que ahora tenemos mucha más información, existen estudios con datos rigurosos (otros, no tanto), profesionales formados, expertos en todas las materias, etc. Esto implica que ahora poseemos todas las estrategias para detectar situaciones que antes podían pasar desapercibidas o ser confundidas con otro tema.
Basta de etiquetas, las personas son personas
Como decía, me resulta difícil encontrar alguna otra razón pero seguro que las hay y no soy capaz de verlas. Si podéis ayudarme a completar mi lista de razones os estaré tremendamente agradecida.
Lo que tengo claro, es que todo esto sirve de poco. Me pregunto si cuando una familia llega a un psiquiatra y termina llegando a casa con la medicación para el TDA, se ha valorado cómo es la familia, cómo es el estilo de vida de sus miembros, cuál es la situación del hijo o la hija en este sistema familiar y lo que es más importante, si con las decisiones que se toman con esa consulta o consultas van a ser más, lo mismo o menos felices, a largo plazo. No digo si van a estar más cómodos o cómodas, sino si van a sentirse bien, si se van a desarrollar por completo y sobre todo, si van a seguir siendo ellos mismos mejorando las debilidades o vamos a determinar por completo el destino de un niño o niña tomando decisiones que marcarán para siempre cómo va a ser su futuro, para bien o para mal.
¿Realmente es tan importante tener una etiqueta para encontrar la forma de resolver una situación? ¿Pensáis que las etiquetas facilitan la vida de las familias o de los equipos terapéuticos? Considero fundamental hacer una profunda reflexión sobre estas cuestiones.
Como decía hace un momento, las personas son personas y el objetivo de toda persona debería ser lograr alcanzar la felicidad todo cuanto sea posible, si, ser feliz, ¿no es eso lo más importante? Yo pienso que sí.
Las etiquetas suponen, muchas veces, límites en la vida de las personas que las portan. Se convierten en disculpa para emprender una serie de acciones con la idea de resolverlas, pero también se convierten en una disculpa para no hacer más, para encasillar a la otra persona «como le pasa esto, no va a llegar a entenderlo, para qué me voy a esforzar más…«
Una persona puede tener una discapacidad intelectual y tener una familia estupenda que le ofrezca los medios a su alcance para ayudarle a crecer y encontrar motivos para esforzarse y cumplir retos que le hagan sentirse bien. Así tendremos una persona con discapacidad que estará rodeada de personas que le quieran, que podría encontrar un trabajo acorde con sus capacidades o incluso por debajo de las que tenga pero que le permita sobrevivir, hay millones de personas de todo tipo en esta situación. Así podría independizarse, o no, quizá viva con su familia y eso esté bien, ahora mismo hay mucha gente viviendo con sus padres por muchos motivos, siempre la hubo.
Y podríamos tener una persona con altas capacidades que fracase en el sistema educativo, entre en depresión y su vida se convierta en un calvario buscando solución a sus problemas.
Por supuesto que existen personas de altas capacidades que llegan lejísimos y tienen vidas maravillosas, así como personas con discapacidad intelectual que no tienen la opción de lograr cumplir sus deseos siendo su vida un calvario. Solo eran ejemplos. Pero, es de esto de lo que quiero hablar. ¿De qué depende que una persona sea más o menos feliz? ¿De su cociente intelectual, del tipo de familia que tenga, de la personalidad individual de cada uno y cada una, del entorno en el que vida? ¡Hay tantas variables que influyen! (Léase La receta de la vida)
Estoy rodeada de familias que buscan una etiqueta, otras huyen de ella, se temen lo peor y otras que ya diagnosticadas, sufren una penitencia. Y resulta que hay familias en situaciones similares viviendo estas experiencias de maneras diametralmente opuestas. Madres que consideran un regalo haber tenido un bebé en edades avanzadas, a pesar de que su pequeño o pequeña tenga Síndrome de Down o familias con un hijo o una hija que son profundamente desgraciadas porque no saben cómo gestionar su maternidad o paternidad, otros con cuatro hijos e hijas están felices, parejas que adoptan niños y niñas con graves dificultades sabiendo todos los riesgos que eso conlleva y sintiéndose plenos por hacerlo…
Creo que no deberían importarnos tanto las etiquetas, si nuestro hijo o hija tiene altas capacidades, tendremos que estar atentos y atentas para responder a sus necesidades, si tiene dificultades cognitivas tendremos que hacer lo mismo y resulta que si aparentemente todo es normal (entendido en términos estadísticos, la mayoría son así) nuestra tarea como familias y profesionales de la infancia (que esto nos toca de lleno) deberíamos seguir el mismo protocolo: ir resolviendo las dificultades y las necesidades que surjan, previniendo pero sin perder el objetivo de encontrar bienestar.
Los años de la infancia no vuelven y deberíamos tratar de ser menos invasivos e invasivas, condicionamos sus mentes aún por hacer con nuestras experiencias de personas adultas, muchas veces juzgamos su comportamiento desde posturas demasiado adultocentristas. No se puede interpretar al niño o la niña desde el prisma de las personas adultas, no sirve para entenderlo. Y menos para diagnosticar trastornos.
En realidad, las etiquetas no nos marcan el camino a seguir, lo marca el niño o la niña, cada caso es diferente, el mismo caso es diferente en función del momento, de verdad, nada termina cuando llega la etiqueta, al revés, empieza un camino tremendo. Entonces, ¿por qué buscar una etiqueta que no va a aportarme las soluciones cuando puedo ir escuchando las y los más pequeños e ir apoyándoles cuando sea necesario? No estoy hablando de no tratar las dificultades, sino de ir probando soluciones, no todo funciona a la primera, un diagnóstico precipitado puede estar cegándonos de ver mucho más allá. ¿Alguien ha visto la serie House? Las cosas no siempre son lo que parecen.
Demasiadas etiquetas
Etiquetas hay muchas y no todas se refieren a un trastorno; la lista, el tonto, el gafotas, la torpe, el estudioso, la guapa, etc. Todas ellas se terminan convirtiendo en una cárcel para quien las lleva y en ocasiones, en el principal motivo de lucha de muchos niños y niñas. Todos los recursos y el desgaste que generan, debería estar empleándose en conocer, en experimentar, en convivir con otras personas, en aprender, en disfrutar de la infancia… Es terrible la presión a la que son sometidos, los de las etiquetas «positivas» por las expectativas que tiene todo el mundo de que sigan siendo así y los de las «negativas» intentando encontrar la forma de cambiar su situación o de ser aceptados o aceptadas.
Me encantaría que no dejáramos que nuestra vida quede condicionada por una etiqueta, venga de donde venga, sino por las necesidades que vayan surgiendo en la familia. Y me gustaría tener garantías de que las y los profesionales de la infancia, piensan en las consecuencias futuras que van a tener sus comportamientos y el tipo de modelo de referencia que son para los niños y las niñas. Creo que este es el camino.
Eso es, un tiempo precioso en la vida de un niño o una niña que no vuelve.
Estoy totalmente de acuerdo… Muchas veces perdemos el tiempo intentando poner un nombre a mi que me pasa a algún niño, en vez de intervenir y ayudarle…