Hace unas semanas hice un curso con Isabel Fuster, las que me seguís en Facebook y mis personas más allegadas sabéis que volví a casa impresionada, esta mujer me removió muchos conceptos que pensé tenía claros, siempre se aprenden cosas nuevas, pero tanto… Fue un intensivo de ocho horas titulado Acompañamiento Emocional, todo un sábado, me daba mucha pena separarme por gusto de Pequeñita, mañana y tarde, pero cuando lo ví, sentí que tenía que hacerlo. No me arrepiento en absoluto y además os lo recomiendo, el 14 de marzo se repite en Rivas Vaciamadrid.
Como se tocaron muchos temas interesantes, escribiré varias entradas sobre acompañamiento emocional que estoy segura os van a dejar tan impresionadas como a mí. En este momento, aún digiriendo todo lo aprendido, tengo que deciros que hay algunos planteamientos que compartimos muchas mamás vinculadas a la crianza respetuosa que deberían ser reflexionados porque desde el punto de vista terapéutico quizá no han sido bien enfocados, uno de ellos muy importante relacionado con las rabietas. De todo ello os iré hablando. No dejéis de escribirme para saber qué os parece todo esto.
En la entrada de hoy, quiero hablar de un tema que estoy trabajando con mis alumnas y que seguro que también es de interés para las mamás. Me resulta complicado plantear esto porque quiero ser muy respetuosa con el planteamiento que hizo Isabel Fuster, es probable que ella lo lea y me gustaría respetar el enfoque que ella le dio, aunque es inevitable mezclar lo que ella nos planteó con mis ideas e interpretaciones. Confío en que ella me corregirá si no entendí bien lo que quiso decir. También es probable que alguna de mis alumnas se sienta reflejada en alguna de las cosas que voy a decir. Igualmente cuento con que me darán su opinión después.
Vínculos que se generan en la Escuela Infantil
En nuestro curso hablábamos de la importancia de que los niños de los cero a los tres años se sientan sostenidos, en toda la extensión de la palabra. Esto incluye que reciban una contención que en esta etapa es fundamental para el desarrollo emocional y que supone, entre otras cosas, definir un límite corporal que delimite esa gran inmensidad que supone nuestro mundo adulto, físico y social, para un niño o una niña tan pequeños. Seguro que os ha pasado, tenemos un recuerdo de la infancia, de una casa, un pueblo, un lugar, lo recordamos como algo enorme, inmenso y cuando volvemos ya como personas adultas, nos damos cuenta de que no era tan grande, normalito más bien, lo que pasa es que nosotras y nosotros éramos pequeños entonces y teníamos otra perspectiva. Definir límites corporales en estos primeros años supone ofrecer a niños y niñas, seguridad, protección, contacto, aspectos fundamentales para su desarrollo. Me estoy refiriendo a rodear el cuerpo, abrazar, sujetar… Todo esto se relaciona de alguna manera con el contacto piel con piel que es fundamental y necesario. Seguro que hasta aquí estamos todas (personas que me léeis) de acuerdo.
Lo que comentaba Isabel era la importancia de que las educadoras ofrecieran todo esto a los niños y niñas con los que trabajan pero no se vincularan de manera personal teniendo en cuenta que para evitar esa vinculación es necesario evitar en determinados momentos de gran intensidad que en la vinculación, especialmente con las y los más pequeños, se coloquen en el papel de la madre a través de contactos íntimos, besos… Hay determinadas manifestaciones afectivas que corresponden a las familias.
En este punto puedo imaginar a mis alumnas rasgándose las vestiduras, pero, ¿cómo no vamos a dar besos a los niños? ¡Si nos morimos por hacerlo! ¡Son tan ricas! ¿Cómo no besarlas, decirles lo guapos que son, achucharles? Seguramente si hicieran una breve reflexión comprobarían que en la mayoría de los casos, estos besos y estos achuchones corresponden a necesidades personales de ellas, de la persona adulta y no del niño o la niña. Muchas veces con estas conductas estamos satisfaciendo nuestras necesidades de afecto. Cuando me muero por besarte o achucharte estoy describiendo algo que me pasa a mí y que no tiene por qué contemplar cómo se siente la otra persona y si realmente quiere ser achuchada o besada. Y para colmo, en el entorno de la escuela no siempre se satisfacen las necesidades de contacto directo o de afecto en el formato que sea, cuando sí son demandadas por niños y niñas, quizá porque tienen la mala suerte de necesitarlo en un momento en que hay que cambiar el pañal a otro niño o hay una niña que se ha caído y acapara la atención de la educadora o está preocupada por algún tema personal o no se han alineado los astros para que ese día le toque recibir un abrazo que está pidiendo y necesitando con todas sus fuerzas. Así quedan en muchas ocasiones niños y niñas abandonados a su suerte, emocionalmente hablando, cuando en otras ocasiones reciben afectos desmedidos sin desearlos de ninguna manera.
¿Cuál es el papel de la educadora?
La idea que nos transmitía Isabel y opino que con mucho acierto es que la educadora no debe vincularse con el niño generando una relación que sustituya vínculos que solo pertenecen al ámbito de la familia, sino facilitar que el niño o la niña se vincule con su familia y con otras personas fundamentales en este momento o de cara al futuro. Sería algo así como decirle (sin palabras): «te sostengo para llevarte al mundo, para facilitar que tú te desarrolles, pero no para vincularte conmigo». Dejando de lado mis propias necesidades de afecto o de vinculación.
En mis clases insisto una y otra vez en que es fundamental respetar a las familias, sus creencias, sus valores, cuando trabajamos con sus hijos e hijas, les digo que me parece tremendamente egoísta generar o permitir un vínculo afectivo muy estrecho con algunos niños y niñas, porque encima no es con todos ellos, es con algunos y algunas elegidas, que me corrijan si me equivoco. En ocasiones, como educadoras, contradecimos ideas fundamentales de las familias que chocan con las nuestras, sin darnos cuenta de que no tenemos ningún derecho a hacer algo así. Yo les digo que es una falta de responsabilidad generar ese tipo de relaciones con un niño o niña cuando a los tres años desaparecemos de sus vidas para siempre, les dejamos en manos de sus familias y no volvemos a verlos o si lo hacemos es de manera esporádica y casual, es como dejarles huérfanos, no tenemos ningún derecho a hacer algo así. Muchas veces tengo la sensación de que este mensaje no les llega a mis alumnas como a mí me gustaría.
Lo que aprendí con Isabel Fuster es que siempre nos centramos en la palabra, cuando yo le digo esto a mis alumnas estoy pensando en no contradecir a las familias en sus ideas, valores, creencias… pero no estaba teniendo en cuenta la parte emocional en su esencia, esa que se contruye con el cuerpo y no puede explicarse fácilmente con palabras, esa parte que deja huellas muy profundas y que cuesta mucho restaurar precisamente porque no tiene palabras que cambiar por otras más reconfortantes.
Isabel Fuster desde el punto de vista terapéutico y humanístico, explicaba que en nuestra infancia tuvimos un rol parental, esto quiere decir que fuimos niños y niñas adultas. Es muy habitual que no se nos haya permitido vivir la infancia como niños y niñas que éramos. Las prisas, las obligaciones de las personas adultas, sus carencias, la no conciliación familiar y laboral a la que nos hemos visto sometidos. Esta vivencia personal hace que conectemos con la carencia de los niños y las niñas que en muchas ocasiones no es más que una proyección de nuestra propia carencia. Para que mis alumnas comprendan bien esta idea diré que no hay más que ver cómo cada una planteamos un enfoque en la crianza y la educación, detectamos unas necesidades diferentes, unas prioridades que no coinciden y cuando nos ponemos a rascar, vemos que detrás de nuestro planteamiento hay una experiencia personal, propia, que no coincide con la del resto y hace que veamos la misma realidad de una manera muy distinta.
En esta compensación de la carencia del niño o la niña que ya digo que muchas veces es nuestra, tratamos de compensar lo que consideramos que hace falta pero terminamos sustituyendo a las madres, a las familias, generando un modelo que es más propio de lo que yo tuve en mi familia o de lo que quise tener. Esto lo hacemos como educadoras y también como madres cuando cuestionamos a otras madres que no hacen las cosas como nosotras lo haríamos o consideramos que es adecuado. Cuando hablo de esto, pienso en la cantidad de veces que me habré metido donde no me habían llamado ofreciendo mi solución de mi modelo familiar a una situación que estaba ubicada en otra familia totalmente diferente donde probablemente no era lo más adecuado.
Veamos un ejemplo que exponía la propia Isabel Fuster, para entenderlo pensemos en un niño de dos o tres años:
Una mamá que tiene una relación de apego inseguro con su hijo. Una educadora que genera una relación de apego seguro con él. Partimos de la base de que madre y maestra son personas con estilos muy diferentes. Colocamos al niño en una situación en la que si se comporta como quiere su mamá, la parecerá mal a la maestra y si se comporta como quiere la maestra, estará traicionando a su mamá. El resultado de esta situación es una gran inseguridad en un momento fundamental para el desarrollo, estamos generando en el niño un conflicto que no tenía.
Yo siempre digo que las madres nunca lo hacen mal, lo hacen lo mejor que saben o pueden y no se les puede pedir más (salvando situaciones excepcionales, claro). Es a los profesionales a los que podemos exigirles, ellos y ellas tienen una formación y unas responsabilidades. En el caso del ejemplo, estamos generando un conflicto que no existía y después de unos años, en la Escuela Infantil son menos de tres años, desaparecemos, rompemos de un plumazo el vínculo que teníamos con el niño o la niña, según el caso y los dejamos con su madre y con su conflicto, ¿quién debe resolverlo? ¿El niño de tres años? ¿La madre? Por eso digo que es una grave irresponsabilidad.
Las personas que nos dedicamos a la educación deberíamos partir de la base, que salvando casos excepcionales (maltrato, abusos…), las familias que le tocan a cada persona, son las mejores que le pueden tocar. Eso intento yo transmitir en mi día a día en las aulas. Hay que respetar a las familias. Isabel decía, «verlas desde el amor» y si la familia no llega, pensar «pobre mamá, voy a ver como la ayudo» y no «qué mamá tan terrible, mira lo que está haciendo». Solamente de la primera manera ayudamos al niño o niña que en definitiva es protagonista y la parte más importante de esta historia. Como decía antes, muchas veces anteponemos nuestras necesidades a la de los más pequeños y lo peor de todo es que muchas veces lo hacemos de manera inconsciente.
Me encantaría que mis alumnas y otras educadoras que puedan leer esto (los educadores, chicos, de mis aulas saben que están incluidos aquí, lo pongo para que también lo sepan otros educadores que puedan leerlo) reflexionen antes de dar todos esos besos y achuchones, sobre si se los dan al niño que tienen enfrente o a su niño interior, sobre si están cubriendo una carencia de los niños y niñas con que trabajan o una propia. Y sobre todo que reflexionen sobre todo el afecto que no se da cuando realmente lo necesitan porque este sí que es necesario y deja huella.
¿Estás de acuerdo con este planteamiento de los vínculos afectivos en la escuela? ¿Has sentido como madre que una educadora trataba de generar un vínculo personal con tu hijo o hija? ¿Consideras que hay ocasiones en que resolvemos necesidades personales con nuestras muestras de cariño a otras personas? ¿Estás en desacuerdo con alguna de las cosas que planteo? Nos encantará saber lo que piensas al respecto.
NOTA TRAS LAS PUBLICACIÓN:
Es curioso que la respuesta que he recibido a este post por parte de las educadoras ha sido bastante positiva en general pero no ha sido así en el caso de todas las mamás que me dieron su opinión. Tras hablar con mi comadre Elena que además de madre trabaja a nivel terapéutico con la Gestalt, creí conveniente reforzar una idea que pensé había dejado clara y podía no ser así para todas las personas que leen la entrada.
Considero fundamental educar en estas edades a partir del afecto, no hay otra forma. En general, no entiendo la crianza si no es desde el afecto y de hecho, mi reivindicación es que el desarrollo socioafectivo y las muestras de afecto formen parte de la realidad de las aulas en todos y cada uno de los momentos que viven niños y niñas porque ellos y ellas viven desde el afecto, no hay otra forma. Nunca he querido decir que las educadoras debían mostrarse frías o distantes porque esto choca frontalmente con mi concepción educativa, con mi concepción sobre la maternidad, con mi concepción sobre las relaciones humanas.
Para que se entienda, una profesional me escribió para felicitarme por la entrada, me dijo que estaba reflexionando mucho acerca de algunas de sus prácticas, expresiones y muestras de afecto que compartía con los niños y niñas de las escuela que dirige, entre ellas la costumbre de decir: » ven, con mamá» a los bebés. Esta profesional estaba actuando así con su mejor intención, tratando de transmitir amor a sus niños y niñas y ahora se planteaba cambiar en algunos aspectos porque se daba cuenta de que no era lo más apropiado. ¿A alguna de las madres que me leéis os parece apropiado que una educadora le diga a vuestro bebé de siete u ocho meses, «ven con mamá»? Me refiero a este tipo de cosas. Son muy pequeños, en ocasiones pasan demasiado tiempo en la escuela y necesitan vincularse, es una cuestión de supervivencia. Se trata de darles todo el afecto que necesiten sin confundirlos y sin generar conflictos que puedan afectar a su desarrollo y las relaciones con su familia.
Esta publicación fue editada el 17 de octubre de 2017
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Pues efectivamente, no parece que nuestras ideas se contrapongan, todo lo contrario. Un placer compartir contigo Almudena, aunque tuviésemos puntos de vista contrarios, pero creo que se parecen bastante. Un abrazo!!
Si, te entiendo y estoy de acuerdo contigo en que tienen una sensibilidad especial o un radar para captar energías de la gente, seguramente porque aún son puros, espontáneos, auténticos…
Se me olvidó añadir que por supuesto las personas que trabajen con niñxs deben estar plenamente equilibradas emocionalmente y ser respetuosa en todo momento con las necesidades del niñx. En lo que dices de responderle a él en lugar de a nuestro niño interior, estoy totalmente de acuerdo, tendríamos que preguntarles más a los peques qué quieren o necesitan en lugar de hacer lo que queremos nosotrxs. Por ejemplo en el tema de los besos, yo les preguntó (tanto a mi alumnado como a mi hija) ¿Me dejas que te de un beso o te apetece que te de un beso? En mi caso no me molan los besos prefiero una abrazo pues pienso que a ellxs les puede pasar lo mismo.
Buenas.
Ante todo decir que para nada siento me contradigas, lo veo como maneras distintas de interpretar las cosas, de reflexionar, de ver… Por supuesto estoy de acuerdo en que los niños/as tan pequeños/as deben aprender a gestionar sus emociones y que son vulnerables a chantajes y manipulaciones que puedan hacer algunos los adultos. Pero también creo que tienen un instinto especial (que perdemos de mayores en parte por todo lo que nos dan desde fuera) para saber qué personas le dan un afecto bueno y uno malo, como que saben leer más allá por decirlo de alguna manera. A eso me refiero con que saben diferenciar del cariño de sus familares, de sus educadoras etc. Que sí que hay que guiarles pero sigo pensando en que saben más de lo que creemos.
Reconozco que tengo pendiente editar el post, me lo comentó una mamá terapeuta, «puede interpretarse que estás diciendo que las educadoras no deben dar afecto a niños y niñas», nada más lejos de mi intención, claro que se les debe dar afecto, hay miles de maneras de darlo, una es con besos y abrazos, no he querido decir que no se den en ningún momento, pero hay muchas formas de hacer que se sientan queridos, especiales, importantes… A veces, basta con que los escuchemos, no cuando nos viene bien, si no cuando lo necesitan. Sobre que saben diferenciar a unas personas de otras, claro, por supuesto. Sobre que saben gestionar las emociones y los afectos con esa maestría, discrepo. Hay muchas personas adultas que se equivocan, confunden amor con deseo, se vinculan a personas que no les están tratando bien convencidas de que las aman… ¿Cómo un niño o niña pequeños van a ser capaces de manejar tan bien las emociones si no sabemos las personas adultas? ¿Es que es una capacidad que se pierde con la experiencia? Yo creo que les atribuimos capacidades que no tienen (control emocional, manipulación…) y damos por supuesto que no tiene otras que están presentes (capacidad de aprender por si mismos a comer, atarse los zapatos, controlar esfínteres… Todas ellas por sí solas cuando llega el momento, con una adecuada estimulación y acompañándoles, claro. En cualquier caso, es un placer recibir tu opinión y experiencias. No quiero contradecirte, solo darte mi opinión al respecto. Un abrazo.
Bueno pues yo voy a ser un poco crítica y espero no herir sensibilidades. Creo que a veces infravaloramos a los niños/as porque al ser tan pequeños/as nos da la sensación de que se pueden liar con ciertas cosas, confundirse o no tenerlo claro. En este artículo me da esa sensación y yo creo que ellxs son muy inteligentes, más de lo que creemos y saber perfectamente los roles de cada persona que les rodea. Saben de manera natural (más quisieramos los adultos) muchas cosas que nosotros no sabemos y ésta es una de ellas; saben quien es quien y su rol. Quien es su madre, su padre, su tío, y su maestra/o, al igual que saben las normas de un lado y de otro, y se adaptan de tal manera que serían la envidia de un camaleón. Y no creo que los profesionales debamos de dejar de dar afecto, al contrario en este mundo en el que vivimos tan individualista y competitivo debe ser primordial en las aulas, sobre todo en las de infantil. Y los niños no se confunden, ni dudan, ni se lían… saben que los besos de su maestra no son ni sustituyen a los de sus familiares, son algo que complementan. Y esto ocurre así incluso con niños/a de familias no del todo estables, por decirlo de alguna manera. Los niños saben diferenciar muy bien todo esto. Claro que eso debe ir acompañado de un trabajo conjunto de la profesional y la familia, en que no se cuestionen sino que trabajen unidas ampas partes.
¡Gracias Raquel! Me gusta ir seáis las profesionales las que habéis respondido de manera muy positiva a esta publicación. Es tan importante. Un abrazo y gracias por seguir por aquí.
Totalmente de acuerdo, como siempre. Me ha encantado esta reflexión porque muchas vece me la hago y es difícil marcar esos límites afectivos sin caer en la invasión emocional a ese niño o a esa familia… Si somos quienes pedimos respeto por qué se nos olvida tan frecuentemente respetar.