Te dejo grabación del post de hoy por si te resulta más cómodo escucharlo que leerlo. ¡Feliz día!
Hace unos días, me contaban el caso de un grupo de Primaria en el que varias compañeras y compañeros estaban jugando a quitarle las cosas a un niño de clase. Este lo estaba pasando mal. Se las escondían por el aula y cuando iba a buscarlas, le cogían otras. El niño protestaba mientras buscaba y el resto reía por la situación. Y cuando digo el resto, me refiero a quienes habían escondido algo y a otras personas que eran meras espectadoras.
Pienso que a nadie le gusta que le escondan sus cosas. Entiendo que en confianza, que te escondan algo y tengas que buscarlo, puede ser un juego razonable. Hoy escondo yo, mañana tú… y siempre que cuando veamos que la persona afectada se agobia, acabemos el juego.
Para gestionar este tipo de “juegos” de manera justa hay que tener cierto desarrollo moral y cierta empatía. En el nivel educativo en el que ocurría esta escena, ya debería haber algo de las dos, tenían once y doce años.
El caso es que siento que nuestros modelos educativos, formales (la escuela) e informales (la vida) no se están favoreciendo, en ocasiones, ninguna de las dos cosas y esto es un problema porque normaliza relaciones en las que unas personas, consciente o inconscientemente, generan sufrimiento a otras y estas últimas, lo sufren. Esta forma de interaccionar genera relaciones de poder de unas sobre otras que pueden ser peligrosas, sobre todo si nadie le explica a las primeras, que eso no es correcto.
Partimos de que nuestros niños y niñas están aprendiendo lo que está bien y lo que está mal, en eso consiste el desarrollo moral, simplificando mucho la cuestión. Y en la etapa de Primaria este desarrollo está en pleno proceso. Por ello es fundamental que escuela y familia, sean modelos adecuados y que vayan dando feedback positivo o negativo cuando niños y niñas se comportan de una u otra manera. No me refiero a decir “muy bien” ni a dar una palmadita en la espalda ni a castigar tampoco. Pienso en dedicar unos minutos a comentar este tipo de situaciones (las positivas y las negativas) desde la reflexión, no desde el juicio. La verdad es que creo que la mayor parte de las veces, solo se hace desde el juicio y cuando la situación ya es grave, exponiendo a la posible “víctima” y haciendo que las personas que ocasionaron el perjuicio se pongan a la defensiva con la o el docente y lo que es peor, con el niño o niña que está sufriendo, en mayor o menor medida. Afortunadamente, en la mayoría de ocasiones, son cuestiones menores. Pero todo va sumando porque suelen sufrirlas siempre los mismos (seres humanos) y de mano de los mismos. Generando así patrones de conducta que se normalizan y que son injustos.
Siempre que escucho descripciones como la que os mostraba al principio, me pongo en guardia. Y sé que es por un exceso de empatía. Me pongo en la situación de este niño y pienso que puede llegar a ser angustiante no saber dónde están tus cosas y humillante que las personas que te rodean disfruten con tu angustia en lugar de ayudarte.
Me pongo en guardia porque me cuesta gestionar que alguien sufra si se puede enviar, pero me molesta aún más que alguien disfrute con el sufrimiento ajeno. Y me gustaría pensar que así lo ven la mayoría de las familias, pero sé que no es así… y seguramente será porque no todas las personas desarrollamos la empatía al mismo nivel o quizá también porque las personas que hemos vivido situaciones similares, podemos conectar con lo que se siente en esos momentos y nos revuelve más que a quien nunca ha pasado por ello.
Creo que todas las personas hemos vivido en nuestra infancia situaciones en las que nuestras necesidades no estaban cubiertas y más aún, situaciones en las que hemos sufrido porque ese hecho nos generaba mucho malestar. Y a partir de ahí, creo que se marca una diferencia cuando lo que vivimos fue que en esas situaciones difíciles, alguien nos escuchaba y nos sostenía, minimizando el daño o por el contrario, quién nos tenía que sostener, no lo hacía, ignorándonos, quitándole importancia o echando más leña al fuego, ridiculizando nuestro sentir y haciéndonos sentir más angustia.
En la primera situación, en la que normalmente, nos sostienen, creo que es más fácil generar empatía a la larga, en la segunda, se genera rabia. Y esa rabia es muy peligrosa porque a veces nos lleva a repetir lo mismo con otras personas. Seguramente para tratar de colocar aquello que sentimos.
Pero no es solo una cuestión de rabia, es algo mucho más sencillo, aquella frase que escuché decir una vez a Carmen Hinojosa, “nadie puede hacer nada que no haya aprendido antes”. Esta es la clave. Las primeras aprenden a sostener y escuchar a quien se siente mal y las segundas aprenden a ignorar, quitar importancia o empeorar la situación de la persona que sufre. Así de sencillo y de terrible.
Creo que con esto dejo clara mi reflexión de hoy. En definitiva, analicemos los modelos que estamos dando a nuestros niños y niñas y el tipo de sociedad que queremos crear. Y esto sin olvidar que nunca sabemos en qué lugar de esta situación que describía, van a estar nuestros pequeños y pequeñas. Si van a ser quienes esconden sus objetos personales o quienes los buscan. Muchas veces con esa idea de que sepan defenderse en un mundo que consideramos hostil a priori, se les anima a ser quienes esconden, entiendo que porque nos duele que estén en el otro lado. Pero siempre puede haber alguien que haya tenido una experiencia más dura y tenga mas capacidad de ser cruel. Creo que fomentando la comprensión y la ayuda, a la larga, ganan todas las personas.
¿Qué opinas de esto que te cuento? ¿Te has sentido vulnerable porque quienes te rodeaban no empatizaban con lo que sentías? ¿Alguna vez has hecho sentirse mal a alguien? ¿Por qué crees que lo hacías? Me encantará leerte en los comentarios.
Fotografías de la publicación:
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Foto de Mikhail Nilov: https://www.pexels.com/es-es/foto/libros-sentado-colegio-suelo-7929446/
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