Antes de hablar de los efectos del castigo, me gustaría que visualizaráis una serie de situaciones:
Situación 1: Un niño jugando derrama un vaso de agua.
Opción A: Su padre se enfada al verlo y lo castiga dejándolo sin televisión o le hace quedarse en algún lugar quieto (algo complicado para un niño o niña si es muy pequeño) durante un tiempo determinado.
Opción B: Su padre al verlo, le ofrece los elementos necesarios para recoger el agua derramada, una bayeta, un papel, lo que sea para que ese agua deje de estar allí.
Situación 2: Una niña rompe un juguete que le gusta mucho al lanzarlo contra el suelo.
Opción A: La persona adulta castiga a la niña sin ver la tele, la deja sin postre, le hace estar parada un rato en alguna parte… Lo que se os ocurra, soy malísima poniendo castigos, no estoy acostumbrada.
Opción B: La niña se queda sin juguete porque hay que repararlo, si puede hacerlo ella perderá un tiempo que podría dedicar a otra cosa y si hay que llevarlo a reparar, durante un tiempo no podrá jugar con él. Si ya tiene edad para recibir una paga, se le puede pedir que participe del gasto de la reparación. Si se ha roto definitivamente, se quedará sin ese juguete para siempre. Todo esto sin más, sin darle charlas incomprensibles para su edad y sin decirle: «ya te lo dije», «lo ves»… ¿Os han dicho esto alguna vez? Creo que hay pocas cosas que den más rabia en la vida.
Efectos de la rabia en las opciones A
Las opciones A generan rabia en el niño o en la niña, una rabia que surge de los más profundo hacia la situación y hacia la persona que impone el castigo. La rabia se relaciona con el hecho de que ha sido un accidente y no se pudo evitar o su intención, sencillamente, no era que pasara aquello. En muchos casos, el niño o la niña no son responsables de lo que ha ocurrido, están experimentando, probando, aprendiendo. Se da por supuesto muchas más veces de las necesarias que hay una mala intención por parte de las y los más pequeños incluso cuando su desarrollo cognitivo no está preparado para hacer algo así. Puedes leer «Por qué un niño de los años no puede manipularnos» para entender mejor esto que te digo. Además, no hay un aprendizaje práctico para su vida, la consecuencia no tiene nada que ver con el acto que la provoca. Por tanto, el castigo no le da la pauta de cómo hacerlo mejor la próxima vez, genera rabia y la convicción de que no hay que hacer eso porque a la persona adulta no le gusta, «se enfadará conmigo si hago eso» (¿cómo se puede evitar que se caiga un vaso de agua por accidente?). En caso de haber aprendizajes están envueltos de la rabia que se siente en este momento y con ella quedan grabados en nuestro inconsciente.
El aprendizaje de las opciones B
Las opciones B pueden generar rabia o enfado en ocasiones, claro, hablamos de cosas que no son agradables en ningún caso. Pero suponen un aprendizaje práctico donde las consecuencias de sus actos se derivan directamente del hecho que las provoca: «cuando se cae o tiro el agua, tengo que recogerlo», «si lanzo un juguete y lo rompo, temporalmente o de forma definitiva no podré jugar con él». Aunque puede surgir rabia como decimos, si se plantean las consecuencias desde el respeto, no tiene por qué generarla, en todo caso, el fastidio que supone parar el juego para recoger aquello, dejar de hacer lo que me apetece o quedarme sin juguete. Para que esto ocurra así es necesario que se plantee desde la incondicionalidad de la relación de apego que se tiene con el niño o la niña y desde las capacidades reales de acción de las y los más pequeños. Si lo humillamos para que recoja o no paramos de decirle lo mal que lo ha hecho estamos en una opción A. Para que sea opción B, es necesario que en todo momento la niña o el niño se sientan apoyados, comprendidos y respetados aunque tengan que restaurar aquello que se estropeó, manchó, cayó o lo que sea, incluso debemos ayudarles si son pequeños. Recordad que el objetivo es que vaya aprendiendo a ser autónomo no que nosotras (personas adultas) tengamos la razón, aunque esto nos encante. Recordad que los niños y las niñas naturalizan todo lo que les pasa, lo bueno y lo malo. Si aprenden que eso es lo que hay que hacer porque se plantea con naturalidad, es muy probable que terminen haciéndolo solos y solas, aunque probablemente esto no tenga lugar después de la primera vez, ojalá aprendiéramos tan rápido. En cuanto al aprendizaje, aquí como hay una consecuencia lógica relacionada con lo que ha pasado, es más fácil que haya un aprendizaje para el futuro, «tendré más cuidado porque si se cae hay que recogerlo y eso no me apetece», «cuando algo se rompe hay que repararlo y durante un tiempo (que será eterno porque no tienen capacidad para gestionar el tiempo, al menos al principio) no puedo disponer de ello».
¿Qué pasa con la rabia y el aprendizaje práctico en la vida adulta?
Para explicar esto, voy a plantear una nueva situación, esta con una persona adulta como protagonista.
Situación 3: Una persona excede el límite de velocidad en la carretera y le llega a casa una sanción económica y la pérdida de unos puntos.
Opción A: La reacción de esta persona es enfadarse muchísimo con la policía por haberle puesto una multa y por haber colocado allí ese radar. En mi ejemplo, la persona reconoce haber cometido un error excediendo el límite de velocidad pero una vez asumido aparentemente y de manera rápida, se centra en criticar e incluso insultar a los agentes que pusieron el radar. Existen personas que ni ante este caso reconocerían haberse equivocado dirigiendo todas sus fuerzas a criticar a la otra parte desde la rabia.
Opción B: La persona se disgusta mucho porque va a tener que pagar la multa, al fin y al cabo ha excedido un límite de velocidad, se ve en la foto que ha ocurrido así. Se enfada pero dirige su enfado a su propia persona por no haberse dado cuenta de que había un radar o haber ido con prisas y no fijarse en los límites mientras busca la manera más cómoda de pagarlo para su economía doméstica.
Si tuvieras que relacionar un estilo de niño o niña de las dos primeras situaciones con una de estas dos personas adultas de la situación 3, ¿qué relación establecerías?
Este planteamiento surge a raíz de una situación ocurrida en mis clases con una alumna. Tras incumplir una norma en el centro, que la increparan, perder los papeles y acabar en dirección. Cuando contaba la historia aunque era más que evidente que ella había provocado todo aquello incumpliendo la norma, dedicaba unos segundos a «reconocer» (en realidad, no había reconocimiento) que lo había hecho mal pero inmediatamente después de decir eso arremetía contra las personas que le habían dicho algo. «es verdad que yo lo he hecho mal, pero es que no son formas, pero es que se han pasado muchísimo, no es justo que me hablaran así…» Esto aparentemente puede sonar a una situación de acoso y derribo de un alumno, os garantizo que no fue así. Lo que me impactó es ver cómo se dejaba de lado la responsabilidad sobre lo que había ocurrido para ser una víctima de las consecuencias. De ahí el título del post.
En el ejemplo de la multa pasa lo mismo. En la opción A, no hay un reconocimiento claro de la responsabilidad que tiene esa persona para que le llegue después una multa. Si no hay exceso de velocidad no hay multa, por tanto en las manos de esa persona está el hecho de evitar que lleguen este tipo de notificaciones. En esta opción como en el ejemplo de la alumna surge una rabia que es difícil de explicar, algo hay detrás de ella que no se relaciona con el momento actual. Esta reacción en una persona que es inteligente y así lo demuestra día a día, no tiene sentido. ¿Qué pensé? Que el sistema de castigos que se emplea hasta la saciedad con niños y niñas, donde se imponen castigos que nada tienen que ver con la conducta que los provoca, tiene muchos fallos, uno de ellos es la secuela que genera a largo plazo si no se compensa de alguna manera. Acordaos que es muy difícil saber cómo van a influir situaciones como la 1 y la 2 ocurridas en la infancia cuando esos niños y niñas vayan haciéndose mayores, podéis leer «la receta de la vida» para haceros una idea de lo que quiero decir. En resumidas cuentas, se refiere a que afectan tantas cosas en el desarrollo de un niño o una niña, que no tiene por qué haber una relación directa entre el tipo de castigo que les fueron impuestos de pequeños con las reacciones de rabia que tienen ahora en la vida adulta cuando de alguna manera se les castiga o increpa o cuando hacen algo que no está bien desde el punto de vista de las normas prefijadas. Todo esto se relaciona con algo que ya os planteé en «¿Dónde se guardan las necesidades no satisfechas de la infancia?»
Esta es otra de esas revelaciones mías que me surgen de pronto y que no puedo evitar colocar por aquí. Yo por si acaso, en mi casa, voy a seguir como hasta ahora, no voy a imponer castigos y menos de estos que no tienen nada que ver con lo que ha ocurrido, así no me arriesgo y os diré que tampoco nos va mal, vamos que se puede vivir sin ellos, al menos hasta los tres años no nos han hecho falta.
¿Queréis un truco? Tratad a los niños y las niñas como si fueran adultos pero adaptando su lenguaje o vocabulario para que pueden comprender los mensajes que les lleguen. ¿A qué me refiero? A tratarlos con respeto y educación. Si a un amigo se le cae un vaso de agua no os atreveríais a castigarlo, a un niño o una niña sí, ¿por qué? A una persona adulta no le diríais las muchas barbaridades que se le dicen a los niños y las niñas como: «como has hecho esto, ya no te quiero», «te vas a enterar de lo que es bueno», «ahora vas a llorar por algo»… ¿Os imagináis si una persona adulta dijera esto a otra? ¿Por qué a un niño si se le puede decir y hacer todo tipo de barbaridades? Se atenta contra la integridad moral de las y los más pequeños continuamente pero además, hay otro peligro que es que normalizan que las cosas se resuelven así, con lo cual se perpetúa un problema y como la mente tiende a justificar lo que hacemos para no sentirse mal sobre todo cuando hay una incongruencia (disonancia cognitiva, se llama), pues justificarán este tipo de comportamientos aunque se demostrase científicamente que no están bien. Esto se hace sencillamente porque reconocer que lo hago mal implica ser mala persona porque hago daño a otras o ser tonto porque no me he dado cuenta antes de que no debía hacer esto. Así que la salida fácil es justificar lo injustificable con argumentos vacíos: «pues a mí me hacían esto y mira que bien he salido» (esto siempre está por demostrar, creo yo, nadie puede decir esto de sí mismo), «no pasa nada», «no es importante», «hay que enseñarles quien manda»… Volved a imaginar que una persona adulta dice esto de otra a la que se está castigando, a ver qué efecto tiene.
Os animo a que en lugar de crear víctimas que centren las consecuencias de sus actos en lo que hicieron mal los que estaban viendo como esta primera metía la pata y no asuman sus responsabilidades, tratemos de crear un mundo donde las consecuencias de los actos nos ayuden a aprender como rectificar nuestros errores.
¿Te parece razonable esta asociación que planteo? ¿Has vivido personalmente alguna situación similar a las que describo? ¿Querrás compartirlo con nosotras? Si conoces a alguien a quien pueda servirle este artículo no dudes en hacérselo llegar.
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Claro Magda, son solo reflexiones, ¿quién sabe? Influyen tantos factores… Pero, ¿no parece muy descabellado, no?
Muy interesante el punto de vista, planteado desde el lado de un adulto, es como si los niños no tuvieran derecho a equivocarse.
Si bien es cierto que a ninguno nos han criado igual y si estamos leyendo esto es porque nos preocupa lo mismo y podríamos afirmar que «no hemos terminado tan mal», en nuestras manos está en intentar comprender a los niños y entender otras formas de llevar a cabo su educación.
Un saludo ;D