Hasta dónde y desde cuándo establecer límites a niñas y niños

El tema de los límites es algo que preocupa a las familias y también a las y los profesionales de la infancia. Observadores europeos y profesionales de nuestro país alertan sobre el hecho de que hemos pasado de un exceso de autoridad en el pasado en relación con la crianza y la educación a un exceso de permisividad en el momento actual. El modelo autoritario conllevaba consecuencias negativas, está claro, pero ya empezamos a ver qué el modelo de la permisividad trae las suyas.

Continuamente recomiendo que se dé la oportunidad a las y los más pequeños de tomar decisiones como forma de ir entrenando una habilidad que es compleja y requiere mucha práctica. Evitar los «porque lo digo yo» para darle la autonomía a las y los más pequeños siempre dentro de sus posibilidades a la hora de decidir aspectos que les afectan directamente. En ocasiones, esa protección extrema o esa autoridad impuesta convive con otras situaciones en las que se delega una toma de decisiones en ellos y ellas que nos les corresponde. Así tenemos el ejemplo de una mamá que le pregunta a su hija de tres años si quiere ir al mismo colegio de su hermano mayor. O un caso que contó la fundadora de La Violeta en las Jornadas de Crianza de Rivas: una mamá y su hija se iban de la escuela con el coche, estaba diluviando y otra mamá y su hija esperaban en la parada del autobús mojándose. La mamá del coche para y le pregunta a su hija si le parece bien que lleven a la otra niña, compañera suya y su madre. La hija dice que no y las dos se van en el coche.

La permisividad se confunde a veces con el respeto, un respeto que para mí está mal interpretado.  Cuando dejamos en manos de un niño o una niña una decisión que es demasiado difícil (a qué colegio quieres ir) o que siendo sencilla no le corresponde tomar a alguien tan pequeño o pequeña (nos llevamos a esta niña y su mamá en el coche que están empapándose bajo la lluvia), no estamos siendo respetuosos puesto que esas decisiones no se relacionan con necesidades que ellos y ellas puedan tener.  Respetar al niño o la niña implica atender a sus necesidades y poner en sus manos decisiones que se escapan de su control y responsabilidad es irrespetuoso aunque lo hagamos con el tono más dulce.

En cuanto a las normas de convivencia que se relacionan directamente con el establecimiento de límites en la infancia, os diría que son necesarias. Las y los más pequeños necesitan límites para moverse con libertad en el mundo que les rodea. Somos las personas adultas las encargadas de contarles cómo funciona todo, qué normas es necesario que aprendan para manejarse de manera autónoma en su medio este debería ser uno de los objetivos fundamentales de la educación y la crianza.

En mis clases de Habilidades Sociales siempre le digo a las alumnas que deben ser capaces de lograr el máximo beneficio con el menor coste en sus relaciones sociales siempre respetando a las otras personas y sus necesidades, claro está. Ese debería ser el objetivo también con nuestros niños y niñas, que conozcan cómo funcionan las cosas en cada lugar en el que se desarrollan para poder manejarse a su antojo y lograr aquello que necesitan. Eso implica conocer las normas, las pautas que existen en todos los lugares y que regulan las relaciones humanas, las explícitas y las implícitas. También es necesario aprender las normas para detectar cuáles son injustas y poder tomar la decisión de no cumplir algunas determinadas. Como el sentido de la justicia es algo que tarda en desarrollarse, debemos dar pautas sencillas que puedan seguir mientras van alcanzando desarrollos mayores.

Entiendo que son necesarias muy pocas normas, algunas básicas que nos permitan organizarnos en la familia o en la escuela. Podéis leer Normas y límites en la crianza respetuosa, si queréis saber cómo nos manejamos con tres normas básicas en casa. Dichas normas, como os decía, permiten a niños y niñas ser autónomas y moverse en libertad o lo que es lo mismo, hacer “lo que les dé la gana” siempre que se respeten los espacios, materiales y los seres que ocupen dichos espacios.

Sin normas, el niño o la niña pueden equivocarse, necesitar preguntar continuamente cómo funcionan allí las cosas, puede equivocarse y recibir algo negativo en el medio en el que esté, etc. Por ello, no debería agobiarnos tanto que nuestros hijos, hijas o los de otras personas con los que trabajamos deban cumplir una serie de normas, siempre que sean razonables, básicas y respetuosas con sus necesidades.

Y aquí surge el debate para mí, ¿es respetuoso que haya una norma que es levantar la mano para hablar en una clase de uno o dos años en una escuela donde hay niños que apenas hablan, dónde se supone que hay que favorecer el lenguaje y dónde marcar una pauta previa a otra puede dificultarlo todo porque a estas edades la coordinación es todo un mundo? ¿Es respetuoso pedir a niños y niñas pequeñas que estén quietos en una silla dos horas?

Y claro que la crianza y la educación respetuosas no consisten en hacer lo que nos dé la gana sin ningún límite, pero ojo, ni el niño o niña en el mundo de las personas adultas, ni estas últimas en el mundo de niños y niñas.

Así que yo creo que debemos marcar unos límites lo suficientemente amplios para que el niño o la niña puedan moverse en libertad en el espacio, con autonomía. Pero al mismo tiempo deben ser lo suficientemente pequeños para que el niño o la niña se sientan seguros y protegidos en un entorno que no quede demasiado grande y les genere inseguridad pero que tampoco sea demasiado pequeño y haga que se sientan agobiados o agobiadas por un exceso de límites o de normas.

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