«Si enseñas algo a un/a niño/a, le quitas para siempre su oportunidad de descubrirlo por sí mismo/a”. Jean Piaget.
Al leer esta tremenda frase entendí muchas cosas. Esto me pasa a veces, son como revelaciones. De repente las ideas se colocan, todo cobra sentido y se ve una luz que lo ilumina todo.
Yo soy partidaria de que niños y niñas exploren el medio con libertad. Creo firmemente en la necesidad de eliminar la directividad en la escuela, especialmente en la primera, la infantil. Y así se lo hago saber continuamente a mis alumnas. Creo que es mejor organizar ambientes preparados, ofrecer estímulos que motiven su curiosidad y creatividad para construir y generar procesos y productos que no siempre estén pactados de antemano permitiendo que ellos y ellas investiguen, descubran por sí mismos y mismas todo cuanto les rodea. Porque siento que esa es la mejor manera de mantener el entusiasmo que es garantía también de mantener las ganas de seguir aprendiendo toda la vida. Algo que nuestro sistema educativo hace que muchos niños y niñas pierdan ya en la Primaria.
Pero al leer esta frase, queda aún más claro. No solo no hay que condicionar el aprendizaje porque es más eficaz no hacerlo y porque es más respetuoso no hacerlo. Hay que dejar libertad al niño o la niña en el aprendizaje porque es una falta de respeto y de tacto no hacerlo. Porque, ¿quienes somos nosotras, las personas adultas, para negarle todo ese disfrute que no deja de ser su propia vida, para condicionarlo o contaminarlo, que decían otros? ¿Con qué derecho yo como madre puedo negarle a mi hija el goce de descubrir por ella misma todo lo que se proponga? Mi tarea es protegerla, resolver sus necesidades, ofrecerle estímulo, transmitirle valores si queréis, pero estropearle su vivencia de niña, su construcción de su propia experiencia mediatizándola con la mía propia siendo como soy consciente de mis muchas carencias, no es algo que yo deba hacer como madre. Y tampoco como educadora, ahí aún menos puedo influenciar de esa manera a los niños y niñas a los que acompaño o con los que trabajo.
Las y los profesionales de la educación deberían ser muy prudentes, muy humildes… no siempre saben qué valores se están transmitiendo en la casa de sus pupilos y pupilas. En ocasiones, las personas que trabajan con infancia se ven compensando las muchas carencias que tienen niños y niñas, en parte generadas porque el amor infinito de sus familias no siempre es suficiente para satisfacer todas sus necesidades. Pero hay otras en que dando por supuesto que son modelos perfectos, cuestionan a las familias, en ocasiones en las que estos padres y madres han realizado un trabajo inmenso por superar sus propios miedos, por hacer conscientes sus procesos de maternidad y paternidad. Por esos motivos y otros, hay que ser humilde y prudente en esta profesión y poder dedicarse a la difícil tarea de acompañar a la infancia.
Aunque es común que en la teoría, en los papeles, como le digo a mis alumnas, las cosas sean correctas, otra cosa es la práctica. ¡Ay, la práctica! Ese lugar donde se ponen en juego todas las inseguridades y los miedos del ser humano, en resumen, todas nuestras miserias.
Mi hija se niega muchas veces a que le enseñemos el mundo, ella prefiere observarlo, probarlo, practicarlo y una vez aprendido mostrar sus avances como un gran logro. Y es verdad que hay en eso algo de buscar el reconocimiento ajeno que a mí no me gusta del todo. Pero también es verdad que cuando lo muestra ya lo tiene disfrutado, lo ha saboreado ella sola y ya está orgullosa de sí misma, solo le queda mostrarlo una vez disfrutado lo anterior. No podemos negar que somos seres sociales y necesitamos el reconocimiento de otras personas. En cualquier caso, lo que hace no es un avance condicionado por la exigencia de un tercero, eso no. Ella decide el momento y el lugar y no siempre coincide con nuestra expectativa, otra de nuestras miserias. Pero aprendemos sobre la marcha a respetarla, porque funciona mejor así, porque ella se siente mejor así, porque alcanza los hitos disfrutando de su propia vida, tendiendo el control del proceso que es a lo que aspiramos la mayoría en la vida, ¿no? En condiciones ideales, si no somos dependientes de otras personas y víctimas de las necesidades ajenas, deseamos elegir los momentos, los lugares y las acciones que vamos a realizar.
A veces, he cuestionado esta necesidad de mi hija de hacer todo por ella misma, esta necesidad de que no le enseñemos. Ella no fue a una Escuela Infantil, nadie le enseñó a comer, a vestirse, a guardar el turno, a levantar la mano, a cumplir las normas, lo ha ido aprendiendo sobre la marcha, mientras construía un camino que es su vida. En realidad, siempre es así, los niños y las niñas aprenden todo esto solos y solas y si no quieren no lo aprenden. Pero desde pequeños les cuentan la mentira de que alguien les ha enseñado. Siempre hay alguien dispuesto a apuntarse una medalla: un “yo le enseñé…” sin darse cuenta de que eso no es posible sin un “yo aprendí…” Y terminan creyendo que alguien les enseñó a controlar esfínteres, a caminar, a hablar, a vestirse, a encajar las piezas de un puzzle… nada de eso es un aprendizaje guiado, son capacidades humanas que surgen cuando el desarrollo lo permite. Cualquier niño o niña las desarrolla aunque no haya estímulo. Basta con que no cercenen sus posibilidades. Lo hacen solos y solas pero pensando que necesitan ayuda. Y así con este pensamiento, buscan toda la vida alguien que les acompañe en los aprendizajes de la vida, así parece que el mérito nunca es de ellos y ellas del todo y así tenemos las autoestimas hechas un verdadero asco.
Tampoco están mejor las autoestimas de esos «enseñantes», a veces profesionales, a veces espontáneos que van surgiendo en el camino. Y no lo están porque esa necesidad de atribuirse méritos que no les corresponden suele responder a una carencia. A veces es pura ignorancia, la mayoría de veces, pura necesidad inconsciente.
Como decía, a veces he cuestionado esta necesidad de mi hija de aprender sola, no siempre. Normalmente suelo contarlo como un rasgo, algo que la define y me supone preparar material que a ella le permita tener alguna pauta para apoyarse en aquello que no son capacidades humanas. Como atarse los zapatos, por ejemplo, algo que ella no va a dejar que le enseñen, al menos no en casa, en el cole puede que si, ahí muchas veces le vendieron que la enseñan, aunque hasta en eso tuvimos suerte, la verdad. Cuando he visto que su necesidad de hacer sola era un inconveniente, que era una cabezota o muy cuadriculada… ha sido porque yo estaba cansada, porque me había hecho una idea equivocada o porque me hacía ilusión enseñarle. ¿Dónde estaba ahí la necesidad de mi hija? Todo eso era mi pura necesidad. Ella no ha venido a resolverme esa carencia, es al revés, yo estoy obligada como madre a resolver las suyas. Esto es algo que aún no hemos entendido.
Si aún tienes dudas sobre esto, piensa en ti (persona que me lees), en las cosas que has descubierto por ti misma, cuando te has aislado y has dicho, «eso lo hago yo como sea«, la satisfacción tan grande al conseguirlo. Ahora compáralo con esas situaciones en las que alguien te va diciendo: «pon esto aquí, ahora haz esto, muy bien, no, así no…» No hay color, en el primer caso hay entusiasmo, pasión… en el segundo apenas hay nada de eso, a veces frustración si no te sale y te están observando y vergüenza muchas veces.
Todo esto coloqué gracias a una frase tan corta pero tan rotunda y necesaria.
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Muchas gracias Mª José, ahí ando, peleándome día a día, con muchas ganas eso sí y agradecida con los ánimos, que vienen bien para seguir adelante en los momentos duros. Un abrazo.
Me ha encantado este post. Te felicito por la reflexión y nos felicito por el hecho de que estés en un empleo de formar a las futuras educadoras infantiles. Es una gran suerte para todos y todas