Hoy quiero contaros una situación triste que viví con niños «busca cemento» y la relación que tiene con una idea que desarrolló Andre Stern en un taller organizado por Con mirada de niño al que asistí hace unos días. Creo que es un tema digno de reflexión para familias y personas que trabajen en el campo de la educación, en particular, pero importante para todos nosotros porque habla de nuestros miedos y de como nos van y nos vamos cortando las alas poco a poco limitando terriblemente nuestras existencias.
Entre las muchas cosas interesantes que contó este hombre y que prometo compartir con todas vosotras (personas que me leéis) en cuanto acabe mis exámenes, nos contó lo siguiente.
Los peces y el cemento
Si pusiéramos unas paredes de cemento en el mar formando un cuadrado con peces en su interior, lo primero que ocurriría en algún momento es que un pez o varios se chocarían con el muro y nadarían bordeándolo. En poco tiempo, tendríamos un grupo de peces nadando formando cuadrados en el mar una y otra vez. Esto es fácil de comprender, ¿verdad? Para estos peces se convertiría en algo normal nadar de esta manera. Es probable también que pasado algún tiempo, si retirásemos las paredes, los peces siguieran nadando formando los dichosos cuadrados.
De esta reflexión que André Stern dejó así en el aire, se extraía por su conversación anterior lo siguiente. En el caso de peces que conocieron la opción previa de nadar sin muros, es posible que alguno volviera a nadar libremente ocupando un amplio espacio porque en su cerebro tendría esquemas antiguos que le permitirían hacerlo. Pero imaginad los pequeños peces que han nacido ya dentro de ese cuadrado de cemento y no conocen otra realidad, ¿podrían estos nadar ocupando el ancho mar?
Al parecer él le había comentado esta situación a un amigo suyo que un día llegó y le contó lo siguiente (comprended que os cuento la idea principal, no es literal):
– Mira Andre, después de nuestra conversación sobre los peces del mar, he estado hablando con los peces del acuario, les pregunté si necesitaban alguna cosa.
– Quizá que cambies la comida, es un poco aburrido comer siempre lo mismo- me contestaron.
– Bueno, quizá que haya un rincón tranquilo en el acuario para los peces más mayores.
– Muy bien, ¿y algo más?
– No, con esto está bien por el momento.
– ¿Y no os gustaría recobrar vuestra libertad?
– ¿Salir del acuario? No, no, por favor. Aquí estamos bien. Tenemos el agua siempre a la temperatura perfecta, comemos todos los días, siempre lo mismo, pero todos los días. Si no estuviésemos aquí tendríamos que buscarla. Es probable que algún día ni siquiera comiéramos. Además están los depredadores… No, definitivamente, nos queremos quedar aquí, en el acuario.
Gatos que no perciben la verticalidad
Después de contar esta anécdota, nos explicó un experimento que habían realizado unos neurobiológos con gatos. Os cuento brevemente (enseguida vais a ver donde quiero llegar, os aseguro que merece la pena). El estudio había consistido en criar a un grupo de gatos recién nacidos en entornos donde sólo podían encontrar rayas verticales y por otro lado, un grupo en cuyo entorno solo había rayas horizontales. Al parecer, después de un tiempo, analizando las zonas cerebrales de aquellos gatos, se descubría que los que habían vivido en entornos horizontales, no tenían desarrolladas neuronalmente las zonas que perciben la verticalidad y al contrario con los que vivieron en entornos verticales. Esto de manera práctica supone que un gato de los «horizontales» cuando mira a un gato que está subiendo una vertical, sencillamente, como no puede comprender lo que está mirando, no puede verlo. ¿En algún momento de esta lectura os estáis sintiendo identificados con esto o pensando en alguien a quién le cuesta ver determinadas cosas porque no llega a comprenderlas por mucho que se lo expliquemos?
Parece ser que si no es demasiado tarde, hay esperanzas para esos gatos porque las zonas de detección de la verticalidad y la horizontalidad están ahí, no desarrolladas, pero están y es probable que con una buena estimulación se puedan reactivar, aunque seguramente no todos los gatos tendrán la misma plasticidad neuronal para realizarlo.
Y ahora viene lo terrible, porque no voy a hablar de peces ni de gatos, voy a hablar de niños y niñas y la relación que puede tener todo esto con ellos y ellas.
Nuestros niños buscan el cemento
En algún punto de las historias anteriores habréis pensado, ¡pobres peces! o ¡pobres gatos! A mi me pasó. Y peor me sentí cuando me di cuenta de que esto se relacionaba con algo que había vivido hacía varias semanas y que no me había gustado nada. Os lo cuento.
Hace ya un par de meses fuí a una granja-escuela con mis alumnas, allí pasó algo que me llamó mucho la atención y hace tiempo que quiero compartir con vosotras. Las instalaciones de la granja son inmensas, es una de las más grandes que he visto, no es que sea una experta en este tipo de lugares pero a fecha de hoy he visto unas cuantas, casi siempre por trabajo, se considera un entorno laboral propio de educadores y educadoras infantiles y en casi todos los centros de la Comunidad de Madrid se hace una visita en el primer curso del Ciclo Formativo.
Como nosotras vamos en calidad de futuras educadoras infantiles nuestra visita es un poco especial. Hacemos una visita a los animales como hacen con niños y niñas aunque más aburrida porque se da por supuesto que ya lo sabemos todo, aunque no sea así. Incluso yo que soy de un pueblo pequeño de Palencia y pasé media infancia entre las vacas de la Señora Pepa y subida en su burro, he aprendido cosas en la granja-escuela. Se les explica el papel de los «granjeros-monitores-educadores» (y sus equivalencias femeninas) y el funcionamiento de las actividades que allí se realizan. Así fue como supimos que aquella mañana había allí cuatrocientos niños y niñas de diferentes edades.
Era la hora de la comida, Pequeñita y yo (ese día me la llevé conmigo) tratábamos de comer entre los mastines que venían a saludarla y ella se ponía de los nervios, la verdad es que eran enormes a su lado, creo que querían comerse sus filetes empanados. Le estaba comentando a las alumnas que me parecía increíble que allí hubiera tantos niños y niñas, hacia rato que no veíamos a ninguno por allí. Salvo algún caso puntual de un niño que esperaba en el baño con alguna educadora o maestra o alguna despistada que pasaba de vez en cuando, ni rastro de los cuatrocientos que en teoría allí estaban.
Cuando nos íbamos a marchar, comprendí lo que pasaba. En la granja-escuela había cientos de metros cuadrados de césped al sol y a la sombra de numerosos árboles, además de vacas, ovejas, cerdos, gallinas… Todo organizado de tal manera que los niños y las niñas tenían libertad absoluta para acercarse en cualquier momento a verlo sin ningún peligro. Además de lo que os cuento, unas cabañas creo que Thailandesas porque desarrollan un proyecto hermanados con alguna entidad de allí y un lago con barcas que es donde Pequeñita y yo estábamos tirando piedras cuando vimos aquello.
¿Sabéis dónde estaban las y los cuatrocientos niños? En una cancha de cemento con porterías y canastas rodeada de una verja altísima anti pérdida de balones. Desolador. Allí bajo el imponente sol y rodeados de los materiales que les generan seguridad: metal y cemento. Y a su lado, el río, la hierba, el huerto, los árboles, los animales… totalmente olvidados. En la foto en la que estamos Pequeñita y yo, puede verse la cancha al fondo, ahí ya se habían ido algunos niños y niñas.
Es una verdadera pena como aquellos pequeños y pequeñas desde los tres años hasta los siete u ocho, en cuanto acababan las actividades programadas corrían a refugiarse en su entorno conocido, habitual, el que les da seguridad, en el que se manejan con soltura y autonomía. Como los peces del mar de Andre Stern, se han criado entre cemento, rodeados de verjas de metal. El Programa Madrugadores, la jornada escolar, el tiempo libre después de la comida y muchas veces las extraescolares, asocian juego y libertad en esos momentos con un patio de cemento, al sol, sin ningún tipo de adorno, austeridad absoluta, menos mal que en esos espacios ellos y ellas dan vida, aportan color. Lo que para mí es un problema es que ellos y ellas puedan estar considerando que han tenido libertad para elegir, que sientan que la libertad es aquello y actúen como los peces del acuario, convenciéndose de que realmente esto es lo mejor. ¿Realmente lo es?
¿Realmente esto es lo que queremos para nuestros niños y niñas? ¿Queremos que vivan rodeados de cuatro paredes de cemento, una verja, unas cristaleras… ¿Qué diferencia hay entre esto y esos peces del acuario? ¿Realmente van a tener capacidad de elección cuando les ofrezcamos la posibilidad de moverse en otro tipo de entornos? De momento, os puedo asegurar que el entorno de la granja-escuela no funcionó. Pero, ¿por qué? Los animales les encantan a los niños, había una vaca enfadadísima que mugía a nuestro paso, cerdos tomando el sol… ¿no debería ser eso apasionante para un niño o una niña de esas edades?
Os planteo una situación, imaginad que alguien se hubiera acercado con una tablet a la cancha de cemento y les hubiera puesto vídeos de animales de la granja, ¿habrían prestado atención o habrían hecho caso omiso como con los animales reales? Probablemente no. Creo que todo esto debería hacernos reflexionar profundamente sobre el tipo de mundo que estamos ofreciendo a los niños y las niñas. Sobre el tipo de personas adultas que serán con estas vivencias. Yo no paro de pensar en el experimento de los gatos y en la posibilidad de que estemos dejando inutilizadas muchas partes del cerebro que las generaciones anteriores utilizaban: las zonas que se relacionaban con la observabación de los pájaros, las que olían la hierba fresca, sentían la tierra mojada, se divertían diferenciando una vaca, de una oveja, de una cabra por su sonido, etc. ¿Realmente esas zonas no son importantes? ¿Realmente no va a haber carencias cuando nuestros niños y niñas viven en un entorno que no es real, que no es natural? A mí sinceramente todo esto me da miedo y pena. No sé si son las consecuencias de la exposición temprana a medios audiovisuales que una y otra vez nos dicen deben retrasarse hasta los tres años. No sé si es ley de vida, es lo que nos toca ahora y ya está.
Todo esto que os cuento se relaciona con un concepto muy interesante sobre el que leí hace un tiempo: Trastorno por déficit de naturaleza en la escuela, os animo a leerlo.
¿Cómo lo ves tú? ¿Consideras que soy una exagerada en mi planteamiento? ¿Te parece que todo esto tiene solución? O quizá, ¿piensas que ni siquiera es un problema? No sé, me encantaría saber lo que piensan otras personas sobre esto y me encantaría convencerme de que todo esto que os cuento no va a suponer un problema para nuestros hijos e hijas, para nuestros alumnos y alumnas.
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Claro, la tecnología está cambiando la forma de relacionarse con el mundo. Lo que me preocupa es que cada día nuestros jóvenes son menos felices, se sienten menos plenos y eso es algo que debería preocuparnos a tod@s como sociedad. Gracias por compartir tu punto de vista. Un abrazo.
Interesante planteo. Creo que posiblemente nos estemos perdiendo de desarrollar varias áreas del cerebro de nuestros niños y niñas, pero no creo que tenga que ver con la tecnología, sino con la educación, y el formato de sociedad que tenemos.
Muy a las corridas, trabajos de muchas horas, niños desde muy pequeños en guarderías, poco tiempo de ocio, y cuando hay mucho se pretende que no molesten y suelen ser los padres los que dan el ordenador o televisión. Es un conjunto de factores que afectan a como ven los niños la realidad, lamentablemente.
Saludos!
Pues ese es mi objetivo que no perdamos el norte y que ofrezcamos a los niños y las niñas la posibilidad de conocer el mundo en todas sus dimensiones, supongo que para muchos y muchas aún estamos a tiempo, para otros es probable que sea demasiado tarde. Te va a gustar mucho leer lo que planteó Andre Stern, fue muy interesante y aunque obvio en su mayoría, no está de más recordarlo. Irene es una afortunada y está disfrutando de la vida como se merece. Un abrazo fuerte.
Desoladora la imagen de imaginar 400 niños en el campo y que estuvieran en las canchas de cemento. Eligieron ellos l las educadoras les llevaron allí para tenerles más controlados?
Llevo tiempo leyendo sobre el déficit de naturaleza en la educación. Creo que ya era algo obvio para los que vivimos en ciudades grandes; muchos niños no han visto una vaca salvo en fotos o en dibujos…muy triste.
Estamos como padres muy preocupados por apuntarles a inglés desde que nacen, a mil actividades, que vayan a la guardería porque no sabrán los colores….y no nos preocupa que no sepan cómo es una vaca o un caballo? Cómo es el barro en el campo? Lo mal que huelen los cerdos o cómo ponen huevos las gallinas?
No se si somos muy urbanitas muy cómodos o se nos ha ido el sentido común. Pero yo apuesto por irnos al campo siempre que podamos y elegir hierba en vez de cemento o tierra o charcos.
Por le momento irene se descalza siempre que puede en la arena ,ve vacas, caballos y gallinas, nos paramos a observar hormigas y disfrutamos mucho del campo.
Gracias por la reflexión Soraya