Por qué la escuela debe continuar…

 

Os dejo la versión en audio para que podáis escucharme libre de pantallas, aunque hoy os voy a pedir que veáis el vídeo que os he adjuntado al final. Me parece muy necesario.

Llevo días escuchando y leyendo que la escuela debe terminar. Días viendo vídeos donde las familias, casi siempre en tono de humor, despotrican de las tareas escolares: que si Classroom, que si Class Dojo, que si aulas virtuales, que si videoconferencias, Jitsi Meet, Skype, Zoom… Las familias están saturadas de vídeos, tutoriales, fichas de mates y lengua, ejercicios de inglés… Piden que esto pare ya. Algunas se han dado cuenta de lo difícil del trabajo de maestras, maestros y docentes de todas las etapas, de lo difícil que es hacer llegar los aprendizajes a su alumnado, de lo pesado que es, especialmente, cuando sus hijos e hijas tienen dificultades y les cuesta la vida ponerse delante de un libro o de una retahíla insufrible de ejercicios repetitivos que no conectan para nada con sus necesidades.

He escuchado a consejeros de educación de las comunidades autónomas compartiendo su deseo de que la escuela acabara ya este curso, incluso algunos y algunas solicitaban que acabara en el pasado mes de marzo y he visto a la ministra salir a la carrera para recordar que las clases no terminaban hasta junio.

Ayer leía al pedagogo Jaume Carbonell decir que era necesario un aprobado general y acabar con esto, dejar que alumnos y alumnas de todas las etapas, se despojaran de obligaciones para poder dedicar este tiempo a otros temas más interesantes en el hogar y en la familia.

He escuchado que este sistema telemático de educación que se ha impuesto a la carrera sin medios, sin formación por parte de las y los docentes y de manera totalmente improvisada, perjudicaba especialmente a los niños y niñas de familias más desfavorecidas, porque no tienen los recursos necesarios para seguir una clase online, conectarse a Internet o imprimir una ficha para poder cumplimentarla y practicar la escritura.

A simple vista, en todo este debate de la comunidad educativa, hay argumentos que parecen razonables. Si ya era tedioso para chicos y chicas de todo el país realizar las tareas escolares en los centros educativos con el apoyo más o menos acertado de sus docentes, tareas repetitivas que no conectaban con sus intereses, que no se relacionan muchas veces con sus experiencias vitales y que se convierten en una carga que a más de uno y de una le hace rechazar todo aquello que se relaciona con un aula, más lo es ahora con familias que deben compaginar estas clases con teletrabajo y tareas domésticas, además de las preocupaciones lógicas por el futuro y todo esto sin contar con todas aquellas que están viviendo sus duelos sin haber podido acompañar a sus familiares y sin poder despedirse dignamente de sus seres queridos. Para las familias que además no poseen los conocimientos ni tienen los métodos adecuados para acompañar a las y los más pequeños en sus procesos de aprendizaje, esto es una tarea imposible que se convierte en una creciente frustración diaria y que genera más tensiones de las que ya habría en casa sin todos estos añadidos.

Pero a pesar de lo razonable de estos argumentos, algo chirriaba en mi cabeza. Yo seguía sintiendo que la escuela no podía desaparecer en estos momentos y me debatía entre la pesadez de gestionar mis clases online, mis alumnos y alumnas protestando porque la carga de tareas y estudio que estamos generando les angustia, la pedagogía lanzando soluciones drásticas de fines de curso en marzo o en abril y la política dando tumbos que, en educación, ya es todo un clásico. A pesar de todo, yo sentía que la escuela debía continuar. Y hoy logré entender por qué. De eso quiero hablaros.

Un alumno mío, un chico que no viene precisamente de una vivencia sencilla ni él ni su familia de la que él siempre habla con orgullo mientras cuenta las batallas campales que se vivían en su barrio en un país latinoamericano con tiros incluidos, un chico que valora la educación como un tesoro, seguramente porque proviene de un lugar donde esta no es obligatoria sino más bien un lujo y que se entusiasma con todo lo que hace aunque no siempre le resulte fácil. Hoy este alumno al que admiro, me envió un vídeo de esos tres o cuatro que recordaré después de los miles recibidos en los días que llevamos de cuarentena y los muchos miles más que recibiré porque esto promete ser largo.

Tras ver el vídeo me hizo sentir orgullosa de la profesión a la que pertenezco de manera totalmente vocacional, profesora de la educación pública, de una Formación Profesional que en la Comunidad Autónoma en la que trabajo, cada vez está más denostada, limitando los presupuestos mientras engordan los de la privada. Una educación donde hace tiempo, muchos ya no nos planteamos que nuestro alumnado compre libros porque apenas puede pagar en dos plazos la cuantía de la matrícula de sus cursos. Una educación que perjudica especialmente a quienes más dificultades tienen para acceder a sus estudios porque repetir una asignatura encarece los precios de esa matrícula que ya a duras penas pueden pagar algunos y algunas. Y no olvidemos que hay alumnado que suspende porque tiene dificultades de aprendizaje y nadie que le apoye para superarlas, pero también alumnado muy brillante que suspende porque tiene muchas obligaciones familiares y apenas tiempo para poder estudiar o realizar tareas escolares mientras cuida hermanos y hermanas pequeñas o trabaja para colaborar con la economía doméstica, alumnado que suspende porque a mitad de curso sufre un desahucio y ya no es capaz de centrarse, alumnado que tiene una situación en casa que no le permite ni levantarse por la mañana de la cama o porque teme que alguno de sus compañeras y compañeros le vea algunos de los moratones que alguien de su familia le hizo el día anterior… tomo ejemplos reales de mi experiencia profesional, no estoy imaginando.

En este tiempo de confinamiento y teletrabajo docente, he recibido otros mensajes que son los que me han servido de estímulo para continuar con cuestiones que, a veces, se me complicaban más de la cuenta. También he recibido quejas, no todo es maravilloso y también estas me sirven para tomar nota y hacer mejoras. En estos días, he aprendido a grabar clases grabando mi pantalla, todavía no me he atrevido a grabarme a mí misma impartiendo una clase. Algo que sorprende a alguna persona de mi círculo porque sabéis que tengo un par de cursos online grabados con Escuela Bitácoras, son vídeo cursos y ahí se me puede ver hablando de temas mucho más complicados que los que imparto a diario en mis clases presenciales. No sé, no me he visto con fuerzas para hacerlo. Hoy hice mi primera videoconferencia con alumnas para hacer una prueba porque mañana hacemos un examen en el que estaremos conectadas online. En fin, como tantos compañeros y compañeras, hacemos lo que podemos para hacer más llevadero este proceso de aprendizaje que se nos ha impuesto desde el encierro.

Y como os decía, tras mucha reflexión, que ya sabéis que a eso le dedico tiempo, comprendí por qué la escuela debe continuar, «porque la escuela no se negocia», esta frase la tomo del vídeo que os comparto y que me encantaría que vierais si os interesan mínimamente las cuestiones educativas, este vídeo que me dio luz entre tantas sombras. Os detallo algunos de los motivos que hoy ya tengo claros que justifican que la escuela debe seguir.

Si es necesaria la escuela en tiempos de bonanza, más aún lo va a ser en los tiempos que se nos avecinan. Y es que, la educación, es el único recurso que nos hará libres, como decía Mandela. Esto lo entienden perfectamente en aquellos lugares donde la educación es un lujo que pocos pueden costearse.

Porque si todas estas familias en riesgo de exclusión o en la exclusión más absoluta tienen dificultades ahora para seguir sus clases, más aún la van a tener sus hijos e hijas si la escuela no cumple su función en sus luchas personales del futuro.

La escuela es la única manera de llegar a todas las personas de una sociedad y nos permite, si hacemos bien las cosas, fomentar valores de respeto, solidaridad, diversidad… que no solamente enriquecen por una cuestión estética de ser mejores personas, sino porque nos enseñan a relacionarnos, a negociar, a comprender de dónde viene y a saber cómo lograr aquello que necesitamos. Y es que bien planteado nos puede hacer ver que todos y todas somos necesarios en un mundo interconectado en el que en tiempos de crisis, por ejemplo, profesiones no siempre valoradas son las que mantienen nuestra supervivencia… Algunos y algunas dirán que para eso están las familias pero, perdonadme, si algunas tienen dificultades para enseñarles matemáticas de los primeros cursos (por falta de capacidad o falta de tiempo, que de todo hay) imaginad los recursos que tendrán para transmitir cuestiones filosóficas. Hoy más que nunca queda patente que las familias necesitan ayuda en esta tarea de educar a sus hijos e hijas.

También porque si el tiempo libre que va a quedar al abandonar las tareas escolares se va a dedicar a ver dos o tres horas más de dibujos y/o a jugar a la Play, quizá no es tan malo que algunas horas al día, todos esos niños, niñas y jóvenes lean un poco, aunque sean aburridas fichas que no les aportan gran cosa.

Porque si en una casa todos sus miembros están abandonados a la violencia y al sufrimiento, es necesario que todos esos niños, niñas y jóvenes, más que en otras ocasiones, estén unidos a otras personas del exterior en estos días de cuarentena.

Porque si no poseen los medios informáticos necesarios para sacar adelante las clases, tal y como se plantean, es buen momento para que les ayudemos a conseguirlos y a saber utilizarlos, vivimos en una sociedad donde ya todo funciona en el formato online, que haya familias en estas situaciones de analfabetismo digital es una situación similar a la que vivía nuestro país a mediados del siglo pasado con el analfabetismo analógico, aprovechemos esta situación para dotarles de los medios necesarios y mientras se ponen al día, busquemos otras fórmulas, esas familias también lo merecen.

Porque hay veces en que un docente o una docente te aporta luz cuando solo ves sombras, te hace conectar con el mundo del conocimiento, pero el de verdad, el necesario. A veces, simplemente te muestra un modelo de persona que puede complementar el que te ofrece tu familia.

La escuela tiene que renovarse, reinventarse, pero no finalizar. Solo faltaba. Lo que está suponiendo un sacrificio y una tortura para las familias no es la escuela, es el método educativo de algunos y algunas docentes que en muchos casos por falta de formación y en otros por miedo a salir de la zona de confort, se empeñan en repetir modelos anticuados que ya no conectan con niños, niñas y jóvenes de nuestro tiempo.

Muchos y muchas docentes están reinventándose ahora en el confinamiento, sustituyendo sus tediosos trabajos de revisión bibliográfica por la realización de vídeos donde las y los estudiantes recojan valores, sustituyendo pesadas tareas escolares por la realización de carteles que en pocas palabras remuevan conciencias o generen emociones… Esto que están haciendo ahora algunos y algunas docentes, otros muchos ya lo hacían antes. Profesores y maestras están buscando tareas de plástica que sirvan para que sus niños y niñas puedan comprender conceptos de geografía a través de materiales creados con sus propias manos con material de desecho que cualquiera de ellos y ellas puede encontrar en su casa y que son más motivadores que los que se usan en muchas aulas y generan mucho más aprendizaje. Pero no olvidéis que muchos de ellos y ellas, ya lo hacían antes.

La escuela no debe desaparecer, eso nunca, la escuela debe reinventarse. Y como dice Pablo Yafe en el vídeo, no hablo del edificio de la escuela, sino la escuela como concepto. Una escuela que no sea un lugar donde dejar a mis hijos e hijas para conciliar con mi trabajo, una escuela que no sustituya el conocimiento y el aprendizaje que también aporta la familia, una escuela a la que todos y todas quieran ir cuando sea el momento adecuado acorde a sus necesidades.

Soy consciente de que sigue habiendo docentes que reproducen los modelos tradicionales de sus pesadas clases ahora en formato online, ejercicios repetitivos que más que aprender a hacer cuentas consiguen que sus estudiantes las terminen odiando. Pero todo eso es modificable. Ahí es donde las administraciones deben hacer hincapié, formar a sus profesionales, las escuelas donde se forma a las y los docentes, cada vez más concienciadas, deben tomar nota y abandonar los viejos métodos que servían en el pasado pero no ahora en nuestra sociedad incierta y cambiante.

En realidad, lo que debe desaparecer de la escuela, ya era necesario que desapareciera antes del confinamiento. Si lo que vamos a ofrecer como solución es privar ahora a niños y niñas de sus aprendizajes para que vuelvan el curso que viene a unas aulas donde seguirá habiendo profesores y profesoras que marcarán el ritmo de sus clases sin tener en cuenta las necesidades de su alumnado, que seguirán diciendo que la administración les presiona, que la culpa es del currículum escolar que les aprieta tratando de dar más conceptos de los que sus estudiantes pueden asimilar logrando que no entiendan nada, mejor que sigamos ahora, algo quedará de todo este desastre.

Empezamos tiempos de crisis económica, de vivencias familiares dolorosas, de dificultades a todos los niveles, con duelos mal resueltos y con un miedo que antes no teníamos y que ahora vamos a tener presente todo el tiempo. No privemos a nuestros niños y niñas de lo más importante, la educación, pero hagamos que sea de calidad, que sea para todos y todas, especialmente para las y los más vulnerables.

Por todos estos motivos, sigo pensando que la escuela debe continuar…

¡Feliz viernes!

Este es el vídeo del que os hablaba, no dejéis de verlo…

Todas las fotos que he utilizado hoy en el post son fotogramas del vídeo que he adjuntado.

 

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