«Me llamo André Stern, soy un niño de 44 años, no como caramelos y no voy al cole»
Así es como se presentaba el hijo de Arno Stern cuando tenía 4 años y así sigue haciéndolo en las numerosas conferencias y talleres que imparte por diversos países de todo el mundo. Ya os comenté que asistí a uno de sus talleres cuando os hablé de cómo nuestros niños y niñas buscan el cemento para sentirse seguros. El taller con André, fue una grandísima experiencia, tenía muchas ganas de conocerlo, fue algo muy cercano, unas treinta personas en un círculo charlando con él y aprendiendo mucho, muchísimo. Empiezo hoy una serie de post elaborados a partir de mis apuntes y mi experiencia en el taller. Como siempre os digo, no son citas literales y entre medias estás mis valoraciones, sabéis que no puedo evitarlo. Pero la información más esencial o si queréis, el aprendizaje, parte de André Stern, un hombre al que como mínimo, hay que escuchar porque genera grandes reflexiones apoyado siempre en la neurobiología. Si queréis conocer más de él, podéis ver esta entrevista. También podéis acceder a su página web.
Entre otras cosas muy interesantes de este hombre, destaca que nunca fue al colegio, no tiene ningún título oficial aún así os puedo decir que es músico, compositor, luthier, escritor de varias obras con varias ediciones en el mercado, director de la iniciativa «Hombres para mañana» y del Instituto Arno Stern, entre otras cosas.
Inicio hoy una serie de post con algunas de sus argumentaciones que considero muy interesantes y que fueron comentadas en el taller que os decía.
El sentimiento de exclusión del mundo adulto en niños y niñas
Cuando le preguntamos a un niño o niña con voz chillona y con el tono dulzón que suele usarse: «¿sabes
qué es esto?» Me refiero a esas ocasiones en que está claro cuál es la respuesta hasta para un bebé de un año aunque no pueda decírnoslo con palabras. El niño o la niña responde: «una piedra» seguido de un: «muy bien, es una piedra». Si usáis la voz de Supercoco en la persona adulta, entenderéis perfectamente de lo que hablo. A veces sigue: ¿y es de color…? Todo esto con su «muy bien» al final de la respuesta.
Cuando dejamos fuera de las conversaciones a niños y niñas porque son pequeños, les tratamos dejando claro quién es el o la que manda sin dar opción a réplica, cuando les hablamos como si fueran estúpidos o estúpidas dejando de manifiesto que nos sentimos mucho más inteligentes, es fácil que tengan un sentimiento de exclusión.
Los niños y las niñas quieren formar parte del mundo. Por eso se entusiasman cuando se les dan responsabilidades «de mayores» o cuando ayudan en tareas domésticas o cuando nos imitan en el trabajo… Cuando uno se dirige a una persona adulta en un tono y seguidamente después a un niño o niña que está a su lado con el tono Supercoco, ellos y ellas sienten que son diferentes, pertenecen a otro mundo distinto al de la persona adulta que los acompaña. Se les excluye de la normalidad, del mundo en el que viven. Las fronteras para un niño o una niña son limitadas, viven en la realidad más cercana, su día a día es su mundo.
Recordad que no se puede imaginar algo que no hayas visto, construimos las imágenes mentales a partir de la experiencia, por eso nuestros extraterrestres son humanos verdes o seres con forma de pulpo o de nécora enfadada. ¿Cómo podrías describir a alguien algo que no ha visto nunca sin usar referentes que sí ha visto? Cuando tratamos de describir un país o una ciudad a alguien que no ha estado le decimos: «es como esta otra ciudad pero…», y le damos los matices. ¿Cómo hacérselo ver a alguien que no lo hizo con sus propios ojos? ¿Cómo ver algo que nunca hemos visto? Y lo que ocurre es que niños y niñas tienen aún un banco de imágenes pequeño, más o menos en función de la estimulación que recibe cada uno de ellos y ellas. Por tanto, su realidad está ligada directamente a su limitada experiencia.
Cuando les transmitimos que no forman parte del mundo de las personas adultas en el que viven, en el barrio, su pueblo, su ciudad… entonces sienten exclusión. Este sentimiento activa redes neuronales propias del dolor, activan mecanismos que son más fuertes incluso que los que se activan si te arrancan las uñas. Esto ocurre cuando tú quieres formar parte de ese grupo, no siempre queremos. Por tanto, no es algo que le ocurre a todas y todos los niños pero sí a muchos de ellos y ellas. Las y los más pequeños no cuestionan a las personas adultas, asumen que ellas saben qué es lo correcto, aceptan que si las cosas se plantean así aunque sean injustas es porque se lo merecen debido al pensamiento egocéntrico y mágico que poseen hasta más allá de los siete u ocho años.
La mayoría de las cosas que hemos diseñado para los niños y las niñas, nos nos gustan para nosotros y nosotras, si nos las dieran a elegir, es seguro que muchas de ellas no serían elegidas. Ahora no vale volver al pasado, a nuestra infancia y pensar en que sí lo habríamos querido. En muchos casos no nos quedó otra opción que disfrutar de aquello que nos dieron porque no había alternativas. Recordar momentos de la infancia, activa conjuntamente muchos otros de nuestros vínculos con seres queridos, de situaciones que provocan mucho placer y nostalgia. Lo que os propongo es que penséis si ahora os gustaría.
Por ejemplo, ¿decorarías vuestro salón con dibujos de Disney, de Caillou, Bob Esponja…? ¿Sigo? ¿Ocuparíais una pared del salón con veinte fichas donde hay un dibujo que había que rellenar con colores? Si hicierais esto, seríais personas muy raras, ¿no es así? Esto solo se hace en las Escuelas infantiles y en las habitaciones de nuestros retoños. Insisto, la mayoría de cosas que hacemos para niños y niñas no nos gustan. ¿Pasaríais las tardes de todo un otoño en un parque infantil? Imaginad, toda la tarde del tobogán al columpio, del columpio al tobogán. Si hay arena, es un poco más divertido, pero, ¿pasaríais la tarde en la arena triste de un parque masificado jugando a las cocinitas cada tarde semana tras semana? En el mar, vale, pero, ¿en el parque? De esto sabe mucho Francesco Tonucci que plantea que las ciudades dejen espacio a los niños y niñas pero no en lugares artificiales creados para ellos y ellas, si no en el día de las mismas.
Continuamente, ninguneamos a los niños y las niñas, les hacemos sentir que forman parte de un mundo diferente. Eso hemos conseguido reconociendo la infancia como un período exclusivo en el ciclo vital de las personas. Hemos avanzado en muchas cosas, al menos en algunos lugares del planeta. Aún así, antes los niños y las niñas formaban parte de los pueblos, los barrios, decidían qué iban a hacer en cada momento dentro de unos límites. A veces, decimos: «en unas cosas se gana, en otra se pierde», pero cuando parece tan fácil ganar en algunas más, no se entiende que no tratemos de ir todos y todas en una dirección mejor. Hablo de intentarlo, nada más.
Se trata de hacerles partícipes de aquellas decisiones en las que puedan colaborar en la familia, en la escuela y en la comunidad donde viven. Se trata de hablarles con respeto dando por supuesto que son personas igual de valiosas que las adultas y que su opinión es igualmente respetable entendiendo el nivel de razonamiento que tengan acorde con la edad, siempre hay adultos con menos raciocinio que muchos niños y niñas y solemos hablarles con más respeto. Se trata de no generarles el dolor de la exclusión, de evitarles crecer con la activación continua de centros nerviosos que recuerdan escenas terribles de las que si los protegemos en otras ocasiones.
Gracias! Un abrazo.
Cuánta razón!! Muy buena reflexión