Ser madre hace que cambien nuestras prioridades, nuestras preocupaciones y nuestros deseos. Y también hace que se desarrollen en nosotras nuevas capacidades.
Entre muchas de ellas, se desarrolla nuestra paciencia. Tras ser madre descubres que donde antes estaba el límite de tu paciencia, ahora empieza lo que será una capacidad infinita para superar toda una carrera de obstáculos para llegar a ser la reina de la paciencia. Paciencia para encontrar el momento de hacer algo después de varios días, algo que puede ser de carácter básico, como cortarme las uñas de los pies o algo recreativo-existencial como escribir este texto. Al final termino haciendo estas cosas a las tantas de la mañana cuando está dormida y al día siguiente me pasa factura todo el día.
Cuando nació Pequeñita, una toma se juntaba con la siguiente, como nos pasa a muchas, yo al principio no entendía que había que contar el tiempo entre toma y toma teniendo en cuenta la hora de comienzo porque éstas se alargaban tanto que al final, como mucho me quedaban, entre toma y toma, cuarenta y cinco minutos.
Cuarenta y cinco minutos, este tiempo comenzó a tener otra dimensión. A partir de este momento, en ese tiempo podía darle la vuelta a la casa o hacer la comida o tender una lavadora, recoger otra, doblar la ropa… Si se quedaba dormida, empezaba a correr por toda la casa. Ahora, después de estos meses ya soy capaz de fregar el suelo mientras ella juega sobre él con sus juguetes, hacer la cama con ella encima y preparar mis clases o corregir exámenes dándole pecho cada hora y media porque mientras duerme, si yo no estoy a su lado, se va despertando cada poco tiempo.
Paciencia para ver que se puede caer pero le das margen para que se haga independiente, paciencia para que coma en una hora y media pero de manera autónoma, eligiendo qué come y qué tira al suelo, paciencia para que después de haber limpiado el suelo de comida, se caiga el yogur y se llene el suelo, las sillas, las patas de la mesa… Paciencia para aguantar que tarde en dormirse dos horas mientras te caes de sueño y la única solución es poner el pie rodeando para que cuando tú te duermas y ella no, no se caiga de la cama. Paciencia para ponerle un pañal mientras ella se está marchando a coger algo que está en la otra punta, para ver cómo mete el brazo con el pijama limpio recién puesto en tu plato de la cena y se llena de aceite toda la manga porque está encima de ti mientras te lo comes. Paciencia para comerte una sopa en esta misma posición y que te caiga en el pantalón, en su ropa, en la camiseta… Para comerte todo frío durante meses. Para que esparza todos sus juguetes cada media hora aunque después no les haga ni caso y termine jugando con las cosas de tu bolso.
Paciencia para que tire tus polvos compactos dos veces en un mes y tengas que tirarlo hecho migas cuando antes un maquillaje de estos te duraba más de tres años. Para que tire tu móvil al suelo y se rompa por dos veces en medio año. Para lavarte los dientes sentada en la bañera con ella encima porque quiere lavárselos ella también justo en ese momento y en esa posición. Paciencia porque descubrió que el rodapié de los muebles de la cocina se desmonta y quiere descubrir todo un mundo interior que queda dentro, para descubrir que un día le dio por comerse un libro o unas cartas fantásticas de familias que habías encontrado y que eran una edición limitada de 1965. Para que después de barrer y fregar el suelo por decimoquinta vez para que ella pueda gatear sin problema, se le caiga una galleta y se haga mil pedacitos y vuelta a empezar. Para ir siempre llena de manchas, en la camiseta, en el pantalón… Para no tener nunca tiempo para ocio personal, aunque este sea hacerle a ella una bufanda.
Y todo ello, con una sonrisa boba, porque de repente dice “mamá” o te toca la cara y dice “guapa” o te da un abrazo o un beso y se te olvida que está pasando todo esto y sólo puedes quererla y sentirte orgullosa de tenerla y admirar el milagro que has hecho al tener delante de ti a una personita que es tu responsabilidad, a la que tienes que acompañar en este proceso que es la vida y dejas de darle importancia a cosas que no la tienen para centrarte en lo esencial, que es que ella sea feliz aunque vayas un poco más sucia, aunque tengas unas ojeras que acentúan las arrugas de tus ojos hasta límites inconfesables, aunque las uñas de tus pies estén empezando a romper los calcetines misteriosamente. A pesar de todas estas cosas, sabes que aquello es lo mejor que has hecho en la vida y lo mejor que harás por muchos daños colaterales que esto tenga.
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Seguro, nuevas etapas nuevos retos, pero de momento vamos disfrutando de la que nos toca, quedémonos con esto, con esto y lo felices que nos hacen. No hay nada más bonito ni más importante.
Mucha paciencia, pero compensa millones. Desde qué nació Emma mis prioridades han dado un vuelco, soy otra y soy más feliz, hasta con la casa hecha un desastre o las noches sin dormir, en fin, paciencia, porque su infancia no va a ser eterna, aunque luego necesitemos esa paciencia para otros temas…
Gracias Marta. Creo que el hecho de ser madres nos hace sentir cosas que es imposible sentir si no lo eres, no sólo en cuanto a capacidad de amar sino en cuestiones tan prácticas como el manejo del tiempo. Me encanta que te hayas sentido identificada. Entiendo perfectamente eso que dices de sentirte mala madre, ¡qué cosas!
Me ha encantado cómo expresas lo que se siente cuando tienes un bebé en relación con el tiempo.Cómo se valoran 10 minutos para hacer algo sin tu hija y cuánto la echas de menos en esos 10 minutos.Esa ambivalencia de sentimientos a veces te hace sentir mala madre por querer desprenderte de ella para poner la lavadora o darte una ducha…pero la recompensa es genial cuando te ve tras 5 minutos y se le ilumina la cara, te sonríe y te dice «ajo».
Sólo eso lo compensa todo.