Mis alumnas me dicen a veces que tengo un planteamiento negativo cuando hablo de lo que hay que hacer o lo que puede ocurrir en el desarrollo de los niños y niñas en función de lo que hagan ellas como educadoras.
Es verdad, lo reconozco, tengo la convicción de que si les digo lo que hay que hacer: satisfacer las necesidades de los niños y las niñas, hacer que sean el centro de la experiencia educativa, respetar sus ritmos de desarrollo… parece tan obvio que por un oído les entra y por otro les sale. A cualquiera que le pregunten si le parece correcto hacer estas cosas dirá que sí, pero el caso es que luego no se hace.
Así que yo lo planteo con un tinte dramático para que vean las consecuencias negativas de no hacerlo: si no se satisfacen las necesidades de los niños y las niñas se generan carencias que llegan a la vida adulta, si no respetamos los ritmos de desarrollo de niños y niñas puede ocurrir… Todo ello con la idea de que tomen conciencia de la responsabilidad tan grande que tienen cuando dejamos en sus manos bebés, a veces, de tan sólo de dieciséis semanas.
Me decía un alumna que tal y como lo planteaba, las hacía responsables de cosas terribles porque nunca lo iban a poder hacer perfecto y entonces los niños y las niñas tendrían un montón de problemas por su culpa. Pobre, tanto remover, a algunas les destrozo los cimientos y tampoco es eso.
Para tratar de que mi mensaje quede claro, utilizo una metáfora que hoy os comparto.
La receta de la vida
Yo le digo a mis alumnas que el desarrollo es como una batidora de esas de jarra, que se utilizan para hacer cócteles, tú vas echando ingredientes día tras día y de vez en cuando das al botón y: ¡¡¡sorpresa!!! Nadie sabe exactamente cómo va a quedar hasta que se prueba. Influye la cantidad de alimento, pero también la calidad y el momento en que se echa. Los ingredientes se van echando desde el momento de la concepción, durante el embarazo, en el nacimiento, los primeros años con la familia, la escuela y así durante toda la vida. Son muchas las personas que nos vamos encontrando y que nos dejan su huella o si queréis sus ingredientes.
La receta puede ser muy dulce (amor, comprensión, afecto…) pero un día cae una cayena pequeñita y se va todo al traste. En otras recetas que son verdaderos desastres, llenas de sabores amargos que se han ido elaborando sin ningún cuidado, la misma cayena, salva la mezcla dejando una receta agridulce que puede merecer mucho la pena. La idea es que en el desarrollo influyen infinidad de factores y es difícil predeterminar cómo va a afectar cada uno a una persona.
Además de los ingredientes está la jarra, no es igual en todos los casos, más grande, más pequeña, con cuchillas que trituren bien y mezclen los alimentos o quizá unas menos afiladas que dejan los alimentos en trozos, el sabor no es igual.
Me planteaba si es posible que algunos ingredientes salgan de la jarra, porque a veces parece que un factor no afecta. Hay veces que ves niños y niñas a los que parece no afectarles la lejanía de las figuras de apego o la crianza con cierta violencia, otras veces, parece que el afecto no es importante en otro niño o niña. Pero llegué a la conclusión de que ninguno sale, lo que ocurre es que no se trituran y no se mezclan con el resto. Se quedan allí tal cual cayeron para siempre o hasta que un día, al dar al botón, se disuelven con el resto y generan un sabor totalmente distinto al que había, para bien o para mal. Esto se ve en la terapia diariamente. Por citar un ejemplo, hay mujeres que tuvieron una relación conflictiva con su madre y esto no parece haber influido en su historia de vida, pero al ser madres también ellas, se remueven muchos aspectos que estaban adormecidos y salen a la luz miedos, dudas, rabia, carencias… Los ingredientes por tanto quedan ahí, se pueden batir con el resto o no pero quedan en nuestra jarra, nada desaparece.
Una idea que me parece importante transmitir a mis alumnas, es que tienen en sus manos la posibilidad de aportar ingredientes a una receta que no es suya, pertenece a las familias. Las educadoras o los maestros, aparecen en la vida de nuestros hijos e hijas por un tiempo limitado y por el hecho de ser profesionales deberían ser conscientes de que hay que respetar el tipo de receta que la familia está planteando en la crianza y educación de las y los más pequeños. En el caso de las educadoras infantiles es obvio que modificar lo que traen las familias cuando nos vamos al cumplir los tres años o incluso antes en el caso de los más pequeños, es una irresponsabilidad tremenda.
Como madres y padres tratamos de usar los mejores ingredientes, aquellos que según nuestras creencias son los que mejor sabor van a dar una vez batidos y mezclados, pero no siempre podemos prestar la misma atención o tenemos el tiempo para elegir lo mejor para nuestros hijos e hijas. Además, no podemos controlar todo lo que entra en esa jarra, aunque a algunas nos gustaría. Está el resto de nuestra familia, la escuela, los amigos y amigas, el trabajo, las extraescolares, la calle, etc. La esperanza que nos queda es que aquello que las familias pongamos sea de calidad, dé más sabor que el resto o sea más cantidad para compensar los otros ingredientes. Y también que aquello que echen otras personas merezca la pena en la mezcla de los nuestros.
No hay que olvidar que siempre se pueden seguir añadiendo ingredientes para compensar la acidez, el exceso de dulce… Por tanto este es un proceso que dura toda la vida y yo diría que es el más duro y apasionante que tenemos las familias.
Ojalá nuestras recetas que al fin y al cabo son las recetas de nuestros hijos e hijas porque no nos pertenecen, sean exquisitas o al menos, sean apetecibles que no es poco.
Y ojalá las y los profesionales de la educación, tomen conciencia de lo importante que puede ser su influencia y la responsabilidad tan grande que tienen con personas que están en pleno proceso de formación.
Un abrazo fuerte a todas las personas que ejercen de chef día tras día en la crianza y educación de las y los más pequeños.
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Desafortunadamente, cosas de este tipo vemos todos a diario, en educadores/as, en familias… Es terrible… Me alegro de que al menos tu hijo entienda que eso no es lo normal, ya es mucho. Muchos niños y viven eso a diario y lo normalizan. Un abrazo.
qué bonita explicaciôn… me recuerda al otro dîa en que îbamos a la biblioteca y de casualidad habîa una clase que iba al museo (estàn en el mismo edificio) y la maestra daba miedo, chillando a lxs alumnxs porque no metîan ràpido sus almuerzos en la caja ‘de almuerzos’. habîa hasta una ninya castigada… wen se quedô mirando sin comprender nada. me pregunto si los padres son conscientes del tipo de monstruo que se okupa de sus hijxs, esta seguro que no ha hecho uno de tus cursos.