Hace unas semanas tuve la oportunidad de volver a escuchar a André Stern en persona, cualquiera que le haya escuchado en directo sabe que esto es un verdadero lujo. Este hombre tiene la facultad de explicar grandes verdades con palabras muy sencillas y de hacerlo desde un lugar tan cercano y humano que es imposible no admirarle.
La persona adulta como versión bonsai
En esta ocasión nos explicaba que el mundo ha cambiado mucho en los últimos cinco o seis años, se refería a cambios en la ciencia que tienen mucho peso para entender el desarrollo humano. Esto es importante porque la ciencia tiene mucha credibilidad y aunque los hallazgos encontrados se refieren a aspectos que muchos intuíamos, que la ciencia los avale permite que podamos hablar de temas relacionados con la educación con plena rotundidad y no como meras especulaciones que nuestra cultura tiende a minimizar continuamente.
En la historia de nuestras sociedades se ha tendido a mostrar a la humanidad como si viviéramos en una jungla, en un campo de batalla donde la competición, la supervivencia y la ley del más fuerte parece imperar todo cuanto nos rodea y que la única manera de sobrevivir en nuestro mundo es entrar en este tipo de dinámicas. Se da por cierto aquello de que solo los más fuertes sobreviven. Ponía un ejemplo muy característico, durante décadas se ha dicho que los árboles más grandes asfixiaban a los pequeños, ahora sabemos que no es verdad, que estos más grandes y fuertes alimentan a los más débiles a través de las raíces. Cuando un árbol está herido, aparecen cientos de coleópteros a comer de sus entrañas, en ese momento, hay otros árboles que desprenden unas sustancias cuyos olores atraen a los pájaros que se comen a estos organismos ayudando a su hermano y mostrando con ello, la solidaridad, la sinergia y la simbiosis que reina en la naturaleza y nos sirve de ejemplo para comprobar que en la naturaleza no siempre reina esta ley del más fuerte que siempre nos quieren vender para comprender la supervivencia.
Con los niños y las niñas, se entiende que el mérito de estos, es llegar a ser personas adultas entendiendo que esto es el culmen al que todo niño o niña puede llegar. Esta idea genera una actitud y una mirada hacia la infancia colocando a estas personas adultas en una posición de superioridad, en un ejemplo a seguir. Ahora los científicos reconocen que se han equivocado. Porque las y los más pequeños son fuente de potencialidades de todo tipo, pueden conseguirlo todo, pueden ser todo lo que se propongan. El código genético en la infancia es el mismo de siempre. Ya hemos dicho aquí cientos de veces, que poca diferencia hay entre un niño que nace ahora y uno que nacía en la época de las cavernas, al fin y al cabo, todos y todas son homo sapiens sapiens. Este código nos equipa de todas esas potencialidades por si acaso, porque no se sabe qué es lo que se va a encontrar. No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor para descubrir las grandes diferencias que hay en los diversos rincones del mundo para comprender que las capacidades y habilidades que son necesarias en cada uno de ellos son distintas. Si viviéramos en la selva virgen seríamos capaces de distinguir doscientos matices de verde, las y los esquimales son capaces de percibir mil tonalidades distintas de blanco. Esto es poco útil si vivimos en una ciudad como Madrid, lo que ocurre en este lugar es que como no es necesario tener estas habilidades, se atrofia la capacidad de tenerlas y dejamos paso a otras que sí son necesarias en ese contexto.
A este fenómeno por el que vamos perdiendo capacidades o habilidades con las que venimos al mundo, André Stern, lo llamó hemorragia de potencialidad. Todos los niños y niñas nacen con la capacidad de percibir cientos de tonalidades de colores pero vamos perdiéndola. Y así, el niño o la niña, tras cientos o miles de hemorragias de este tipo llegamos a ese punto final del desarrollo: la persona adulta. Por eso él dice que llegar a este final no es el culmen, no es el final del desarrollo máximo que sería como llegar a ser el árbol frondoso desde la semilla, Stern decía que en realidad, la persona adulta es una versión bonsai del niño o la niña.
Esta realidad no tiene por qué ser buena ni mala, simplemente es un buen motivo para cambiar nuestro posicionamiento antes niños y niñas. Ahora podemos entender que el niño o la niña es un gigante. Cada una de nosotras ha desarrollado algunas potencialidades extraordinarias pero ni juntando mil personas podríamos llegar al potencial de un niño o niña, porque ellos son los guardianes y las guardianas de todos los potenciales.
El niño o la niña herida
Todas las personas llevan esto en su mochila. Esa herida surge de las miles de veces que escucharon en su infancia: «no está mal como eres, pero no eres perfecto o perfecta», «tal como eres no estás del todo bien». Se lo decimos muy pronto, nos lo dijeron muy pronto, una y otra vez. A veces con la mejor intención, nos posicionamos continuamente por encima de las y los más pequeños.
A madres y padres, nos preguntan siempre: «y, ¿duerme bien por la noche?» Como si alguno o alguna lo hiciera. Se plantea como algo amable, pero en esa frase hay una segunda intención que no es nada positiva, va unida a una idea: «mis hijos o mis hijas ya dormían bien cuando tenían dos semanas» y esto va unido a otra que es: tus hijos o hijas son peores que los míos. De esta conversación se desprende por tanto, que si los míos o las mías no lo hacen es que algo debí hacer mal, he tenido que cometer algún error como madre o como padre.
Y después de escuchar esto con el lenguaje no verbal le diremos a nuestros bebés: «ayúdame a ser un buen padre o una buena madre» o lo que es peor: «te querría más si durmieras más», «tal como eres no te quiero todo lo que podría quererte». Y así los niños y las niñas se van adaptando a lo que se espera de ellos y ellas, pero con ello también van generando una herida.
Y así vamos desarrollando una sociedad entera donde las personas que la forman se excusan continuamente por lo que realmente son porque de alguna manera nos vemos hoy en día como nos vieron cuando éramos pequeños y pequeñas. Y es que nuestros niños y niñas se convierten en lo que vemos en ellos y ellas. Así decimos: «soy malísima en matemáticas». Y con esa expresión está hablando nuestro niño o niña herida.
Desde el punto de vista científico, esta frase no funciona para nada. Desde la ciencia se diría: «las matemáticas no me interesan» y esto sería mucho más adecuado y ajustado a la realidad. Porque se desprendería de ella que si me interesaran, entonces sería excelente en matemáticas. Siempre lo somos en aquello que nos interesa. Los científicos dicen que aprender no existe. Y es duro porque nos obsesionan con algo que en realidad no existe. El gran malentendido viene de creer que aprender es igual a memorizar. Aprender no es algo que se haga, es algo que nos sucede, sin más. Nuestro cerebro no está hecho para memorizar sino para resolver problemas. Si para resolver un problema que nos interesa, una información es útil, entonces la memorizamos, sin esfuerzo alguno. Y esto ocurre cuando se activan nuestros centros emocionales, si no ocurre, no hay aprendizaje. Se recuerda un veinte por ciento de todo lo que en su momento nos emocionó porque el tema o la persona nos llegó, nos interesó por el motivo que fuera.
Y así seguimos dejando que nos hieran una y otra vez: «tienes que esforzarte». Y nuestros niños y niñas siguen convirtiéndose en aquello que vemos en ellos y las personas adultas seguimos viéndonos como nos veían cuando éramos pequeños y pequeñas. Pero hay algo aún peor, miramos a la infancia como nos miraban a nosotros y nosotras cuando éramos niños y niñas.
Nuestro niño o niña herida solo quiere escuchar: «te quiero porque eres como eres, no tienes que convertirte en nada para que te quiera porque te amo porque eres como eres». Esto no son solo palabras, implican una actitud, no vale de nada decirlo con la palabra pero comunicar algo diferente con el gesto. Lo que necesitamos para crecer sin heridas es una confianza incondicional, esto implica que no haya peros, evitar los «te quiero pero…» Yo añadiría que de la misma manera que nos trataron nos vinculamos con nuestras parejas y si no me creéis no tenéis más que analizar cuál es la actitud con la que os trata vuestra pareja en muchas ocasiones y cuál es la actitud con la que tratamos cada uno y cada una de nosotras. Para poder mirar a la infancia con otra actitud es necesario reconciliarnos primero con nuestro niño o niña herida.
Explicaba André Stern que un amigo suyo profesor decía que la diferencia entre un mal alumno y un bueno era que el primero olvidaba la información tres horas antes de un examen y el segundo la olvidaba tres meses después del examen. Lo que está claro es que lo vamos a olvidar, pero hay una forma de evitarlo que es que nos interese aquello que aprendemos, si es así, no lo olvidaremos nunca.
«Hay que aprender de joven», nos dicen. Como si alguien mayor no pudiera aprender. Un hombre de ochenta y cinco años podría aprender chino en seis meses, ¿cómo? Si se enamorara de una chica china de setenta y cinco. Con entusiasmo y emoción, se puede aprender cualquier cosa.
No suelen preguntarnos qué nos interesa sino más bien, ¿qué es lo que no se te da bien? Y a partir de ahí exigirnos que nos esforcemos. Si nos preguntaran qué es lo que nos entusiasma, entonces nos volveríamos geniales.
En esta conferencia, André Stern, venía a hablarnos del juego, pero ya nos avisó que iba a hacer una introducción, hasta aquí la primera parte, esa que nos permite entender lo que viene después y que yo os contaré en otro capítulo para que podáis ir asimilando. Soy consciente de que con las reflexiones tan importantes que plantea este hombre y lo que yo añado porque no puedo evitarlo, presento mucha información de una sola vez. Así os dejo que lo mastiquéis. Y como siempre os espero en comentarios para que me digáis qué opináis de todo esto pues tiene miga.
Mientras llega la segunda parte, te dejo algunos otros artículos en relación con André Stern que han sido publicados en La mamá de Pequeñita donde puedes leer algo más sobre los pensamientos de este hombre que nos plantea una mirada a la infancia distinta y necesaria.
André Stern, lo que niños y niñas traen de serie
El sentimiento de exclusión del mundo adulto, por André Stern
Nuestros niños y niñas buscan el cemento para sentirse seguros
Cursos que cambiarán tu manera de entender la crianza y la educación
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